VIENTOS DE CAMBIO

A veces la vida te invita a probar nuevos caminos. Te toma delicadamente de la mano y te susurra al oído que es tiempo de andar por otras rutas. ¿O será simplemente la curiosidad? ¿Pero acaso no es tal impulso un instinto propio de la misma vida? De esa fuerza que se abre paso a cada instante para crecer y cumplir así su llamado, como las alas de la mariposa recién nacida empujando el capullo o la corriente del río después de varios días de lluvia. 

La vida me invitó a mudarme por tercera ocasión, esta vez a orillas del mar. Y yo le he respondido que sí. Si hace unos años me hubieran adivinado nómada me habría reído por dentro y quizá por fuera también, mientras hoy de lo que me río es de la sensación de arraigo ligada a la tierra. Hoy deposito mis raíces en los seres que amo y que tengo la dicha de tener a mi lado en el viaje, y dejo que las consideraciones en torno al hogar y a la permanencia se disuelvan en el océano de mis ideas en desuso. 

En un mes nos vamos a Ensenada y me han preguntado cómo le hago para perder el miedo al cambio y a la aventura. La respuesta es que no lo pierdo, me lo llevo conmigo como a un pasajero en segunda fila, con derecho a la existencia pero nunca a la palabra… y si acaso rompiese las reglas y consiguiera tambalearme las piernas, confío en que tengo la capacidad de ahogar su alegato antes de que se convierta en el grito con el poder de atrofiarme las buenas intenciones. 

Y también creo que, más grande y fuerte que mi amigo el miedo, está el ímpetu de florecimiento bajo el que me cobijo y me amparo. Las mudanzas son increíbles oportunidades para el músculo del desapego al control y la rendición ante la incertidumbre, dos de mis antiguas luchas a las que hoy me gusta referirme con cariño como enseñanzas.  

Los vientos que hoy soplan sobre nuestra casa son de cambio. Una casa que se ha vuelto móvil y que para el siguiente capítulo de esta historia nos espera de cara al Pacífico. Hoy me mudo de tierra, me voy a una en la que no sé cuánto tiempo viviré, pero en la que estoy segura que quiero practicar la mudanza de creencias que me frenan en el camino a la libertad. Tengo la sospecha de que el mar, ante el que también guardo mis reservas, ha de convertirse en mi gran maestro.  

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