CICLOS Y MUDANZAS

¿Cuál es el mejor momento para cerrar un ciclo y abrir el siguiente? ¿Cómo sabes que algo ha llegado a su fin y es momento de hacer un cambio o empezar algo nuevo? Una relación, una residencia, un trabajo. A veces la vida te enfrenta con situaciones en las que pareciera que no tienes opción más que mudarte a lo que sigue, pero la verdad es que en cualquier momento podemos escoger entre avanzar o quedarnos para siempre en donde estamos, sea un lugar físico o una situación emocional. 

Ante la mudanza que se nos avecina he reflexionado mucho en esta condición nuestra de nómadas… y de seres cíclicos. David y yo nos conocimos cuando éramos foráneos en Monterrey (él de Hermosillo y yo de Mexicali) y siete años después nos casamos. Siete años después nos mudamos a Tecate en busca de una vida más tranquila y cerca de la familia y hoy, siete años después, nos vamos a Ensenada ante un llamado del mar. Porque hoy lo que siento es que nuestra mudanza no obedece a ninguna búsqueda en sí, como ocurrió en el pasado, sino a un deseo de libertad, descubrimiento y realización de nuestros sueños más profundos.  

Y como soy fan de buscar simbolismos hasta por debajo de las piedras, no puedo dejar de imaginar que estos ciclos de siete años (sin que hayan sido planeados así, sino surgidos de una forma espontánea) quieren mostrarme algo. ¿Alguna vez has visto atrás y unido los puntos de aquellos acontecimientos más significativos de tu vida (felices o dolorosos) y con ello iluminado tu presente? También soy fan de eso, de caer en la cuenta de que por más incomprensible que haya sido algo en el pasado, en el ahora estoy segura de que fue justo lo que debía vivir y que todo fue perfecto.

Monterrey y Tecate fueron mi capullo, el primero a nivel intelectual y el segundo a nivel espiritual. A Monterrey me fui para conocer a los poetas y filósofos que sentaron las bases para nuestro entendimiento, para trabajar como periodista y despertar mi curiosidad por la condición humana y mi pasión por la escritura, para ver nacer mi proyecto personal, pero sobre todo para conocer al amor de mi vida y convertirme en madre. A Tecate me vine para darle una pausa a la intelectualidad y reactivar mi sensibilidad, para dejarme guiar por la naturaleza, para conectar con las personas y escuchar a este cerro sagrado que veo a través de mi ventana, el Cuchumá, que me convidó un camino de apertura espiritual, para soltar miedos y culpas, para conocerme en lo más profundo, abrir ventanas y remover telarañas en los sitios más oscuros de mi sombra, para fortalecer mis lazos con David y Emma y darle la bienvenida a Matías. 

Quizá en siete años podré contarles para qué nos mudamos a Ensenada. Lo que puedo decir ahora es que vamos sin mucha expectativa pero sí con mucha curiosidad. La razón práctica y superficial es que David tiene más trabajo allá que acá y que ambos queremos vivir en el mar, él porque es un pez atrapado en cuerpo humano y yo porque siempre le he temido y por fin nos llegó la hora de acercarnos. A mí me gusta pensar que ésta última es la razón verdadera: que el mar nos está llamando porque tiene algo que contarnos. 

Si Monterrey y Tecate fueron mi capullo, siento que voy a Ensenada con las alas listas. Que no se piense que soy un ser completamente libre porque aún llevo cargas pesadas y el vuelo entorpecido, pero hay algo que quizá jamás logre expresar con palabras porque aún no hemos inventado las adecuadas: es una certeza que se siente en el pecho, es un fuego que tiene voz y tiene brazos para mecerte de un punto al que sigue en tu viaje, al que no puedes desoír. Es un salto de fe, de esos que en el futuro voltearás a ver como un momento clave en tu historia para iluminar tu presente, como cuando me convertí en humana, o en huérfana, o en esposa, o en madre… o en nómada.  

mudanzas.jpg
oceano.jpg
playa.jpg