VIAJE A SAN FRANCISCO

El sábado volví a cruzar el Golden Gate, el simbólico puente carmesí que le pinta parte del rostro al bellísimo San Francisco, ciudad de contrastes en la que se funde el concreto con el mar y en cada esquina se descubre un color que no se conocía. Esta vez fue en carro, con el cielo cayéndose a pedazos por la lluvia y dos chiquillos en el asiento de atrás, pero la misma neblina y los mismos cinco grados centígrados de aquella vez en que lo crucé con David en bicicleta, hace casi cinco años. 

Ahora visitamos la metrópoli californiana en plan familiar y los bares, restaurantes, viñedos, galerías de arte y centros comerciales fueron canjeados por áreas de juego abiertas, el Golden Gate Park con sus paseos en bote, caminatas por el centro de la ciudad, museos infantiles como el Exploratorium, paseos en tranvía bajo la lluvia, pancakes para el desayuno y elegantísimas cenas de pizza o hamburguesas en una habitación de hotel a las 8 de la noche, con brincos en la cama, baños en la tina y Netflix de fondo. 

Pero San Francisco es para todos y eso es lo que más me gusta de esta ciudad que hipnotiza. Los días no parecen suficientes para conocer todos sus rincones y deleitarse con su gastronomía y sus paisajes naturales. Estuvimos poco tiempo y nos fuimos en carro, así que el viaje fue bastante pausado para disfrutar también del camino. De ida nos detuvimos en Paso Robles, un pintoresco pueblito vinícola y de regreso en Long Beach para conocer el mítico barco Queen Mary, en el que puedes hospedarte, comer en sus restaurantes o simplemente entrar para conocer su impresionante historia. 

El pretexto del viaje fue un sueño para mí: una clase con una mujer cuyo trabajo admiro muchísimo, Jen Hewett. El sábado nos fuimos muy temprano a El Cerrito, rumbo al Handcraft Studio School, donde yo tomé el taller, y David se fue con los niños al Playland-not-at-the-Beach para esperarme. Esta fue la primera vez que asistí a un taller en Estados Unidos y la verdad sí iba un poco nerviosa por el inglés. Al final todo fluyó padrísimo y descubrí que Jen es una persona súper abierta y amable. Comprobé una vez más que donde hay mujeres reunidas para crear, brota siempre una magia especial que nos hace comunicarnos de una manera más cálida y confiada. 

Tengo algunos meses aprendiendo y practicando la técnica del block printing para imprimir sobre tela y este taller fue para mí como una inyección de inspiración para continuar con este trabajo que me está apasionando tanto. Conocer a otras personas que hacen lo que te gusta te mantiene motivada y te alimenta el alma. Es cierto que no tenía que viajar tan lejos para aprender pero es que, a final de cuentas, como sucede en todos los viajes, el aprendizaje va mucho más allá de una clase o una conversación con una persona que admiras. 

En una de las caminatas por las transitadas calles del centro, con sus ríos de gente moviéndose como hormiguitas porque quizá tengan prisa de encontrarse con alguien o simplemente de llegar al departamento en el que viven solos, un hombre joven, de raza negra y visiblemente drogado se me echó encima mientras yo traía a Matías en los brazos. Después del susto inicial traté de zafarme y el hombre se me echó encima de nuevo, yo creo que sin darse cuenta, hasta que por fin continuó con su camino. Por la misma calle, más adelante, una mujer francesa con una boina de lana verde que iba saliendo de una tienda de arte nos guió rumbo a la parada del tranvía que estábamos buscando y hasta que llegamos ahí se despidió y nos deseó suerte para el resto del viaje.  

Me gusta conocer lugares nuevos, pero esos encuentros con extraños que duran sólo unos segundos me hacen imaginar cada una de las vidas que están allá afuera y que forman parte de nuestro universo. La vida de ese hombre desde su infancia que presumo debió ser muy dura hasta las calles de San Francisco, las que parecen ser todo su hogar, transcurre por mi cabeza como una película paralela a mi propia historia, hasta el punto exacto en que nuestros caminos se cruzan en la calle Market envuelta del olor a hotdogs callejeros y el jazz de una banda improvisada en la esquina de la Walgreens en la que mi hija se detuvo a comprar llaveros para sus amigos. O la de esa mujer que un día imaginó viajar a América para establecerse como artista, en medio de óleos y lienzos que, quién sabe, quizá un día vistan los muros de algún museo de arte contemporáneo. Esa mujer que quizá se llame Marie y quizá viva con un gato o con otra mujer y sus dos hijos, pero a quien jamás volveré a ver. Dos bolas de marfil chocando sobre la mesa tapizada de verde que es este mundo.   

Respirar de una brisa distinta, las charlas en carretera con la persona que amas, las carcajadas de tus hijos detrás de un simple arbusto, probar nuevos sabores, sentirte pequeñita en medio de los rascacielos o los enormes pinos… recordar que el mundo es mucho más grande que aquello hasta donde alcanzas a apreciar a simple vista, siempre es inspiración. 

FOTOS DEL TALLER: Marcela 

FOTOS DE SAN FRANCISCO: David Josué