UN PASO ATRÁS

Escribo esto sin querer escribirlo. Mejor dicho, sin querer sentarme a escribir pero con una necesidad imperante de que esto que siento esté por escrito. Tengo algunos días desconectada de mi trabajo y con el viejo sabor del sinsentido en cualquier cosa que tenga que ver con mi vida creativa que he decidido darme una pausa. Tiempo atrás hubiera dicho que esto me mortificaba, pero a mis cuarenta he aprendido algunas cosas, entre ellas a no asustarme por lo que es. Claro que aún hay cosas que me espantan, que tampoco soy la mujer maravilla ni pretendo serlo, pero al menos la pérdida de motivación se ha vuelto una vieja compañera a la que ya reconozco e incluso agradezco.

 

Y así, como viejas amigas, me dirijo a ella: “Hola hermosa, hace tiempo que no venías. Aunque cuando vienes dejas huellas profundas… todavía me acuerdo de la última vez que nos vimos. ¿Traes algún mensaje? ¡Qué pregunta! Si esa es precisamente tu intención cada vez que vuelves”. Nos tomamos el cafecito y nos contamos nuestras penas, como hacen las confidentes. Nos sacudimos las ideas, nos impacientamos con las incómodas verdades y luego regresamos a la camaradería de siempre. Esta vez mi amiga la desmotivación ha venido a decirme que necesitaba este espacio de desconexión de mi trabajo para conectarme un poco más con mi entorno, con los seres que amo e incluso conmigo misma.


El trabajo creativo exige un compromiso con nuestra propia vida, pues nadie puede expresarse y comunicar algo sólido si no ha recogido primero las vivencias con las que nutrirá su creación. La mitad del trabajo está en las letras, en la masa, en el lienzo, en el barro o en el escenario, pero la otra mitad está en la vida. No hay arte sin experiencias conscientes y profundas, y éstas no existen sin conexión. Podemos recorrernos la vida en modo automático, navegando en la superficialidad y en lo que nos dijeron los demás que era lo correcto, pero no es hasta que buceamos en las profundas aguas de nuestro espíritu que ocurre la mágica alquimia necesaria para conectar con los demás, que es al final de cuentas conectar con nosotros mismos: con nuestra esencia, con lo que realmente somos.


Está bien detenernos unos días, bajarnos del barco y hacer una pausa para reinventarnos, revisar lo que andamos cargando en la maleta, conservar lo que aún nos sirve y soltar lo que ya no, además de invitar al viaje aquello que aún no nos hemos atrevido a invitar: una mudanza, un nuevo aprendizaje, un hijo o un viaje a un lugar desconocido. Ahora entiendo que cada vez que me siento desmotivada hacia mi trabajo es porque he acelerado el paso y me he olvidado de mi “por qué”, así que es buen momento para un ejercicio de introspección, el cual debo cuidar que no se quede sólo en el pensamiento, sino que baje al mundo real.


He observado que siempre que no me siento con ánimos de crear, es porque tengo una fuerte necesidad de vivir: de leer, de conversar con mi pareja, de jugar con mis hijos, de salir a caminar, de tener un contacto directo con la naturaleza escapándome al monte o a la playa, de comer algo distinto, de viajar, de reducir prácticamente a cero mi conexión virtual para subirle todo lo que pueda a la real, de escuchar otras opiniones y conocer otros estilos de vida, de ordenar mis cajones para sacar todo lo que no me sirve, de descansar, de ir al cine, de llorar, de carcajearme hasta que considere que he conseguido el ejercicio abdominal de todo el año, de andar descalza, de darme un baño caliente en la tina, de conocer gente nueva, de hacer algo que siempre me había dado miedo, de abrazar mucho a la gente que quiero, de comer mucha nieve, de peinarme distinto y ponerme esa falda que nunca me pongo, de escuchar música y de bailar.


Empiezo a dudar de aquello que dice “Siempre hacia adelante. Para atrás, ni para agarrar vuelo”. ¿Y si para volar hubiera que estar dispuesto a dar ese paso atrás? Ese paso para ver “the whole picture” que se escapa a nuestra visión cuando no queremos saber de nada que no sea avanzar, conseguir, trabajar, lograr, construir, obtener resultados. En estos días he dado un paso atrás y me he dedicado a observar, hacia fuera y hacia dentro. A conectar de nuevo con mi por qué y con eso que me mueve y me enciende realmente las tripas, para poder desligarme un poco más de lo que se espera de mí o de lo que me encandila de los demás y que en algún punto del camino creí que yo también debería estar haciendo.

 

Hoy le agradezco a la desmotivación el favor de la pausa porque he tenido el tiempo para encontrarme en todo aquello que suelo perderme. Al final del día, todo termina reduciéndose siempre a desacelerar el paso para recordar (o definir) lo realmente importante. Unos días de retraso en la agenda no van a hacerle daño a nadie, así que está bien propiciarlos de vez en cuando. Un paso atrás para conocerme mejor. Entonces volaré en mi cielo… uno más limpio y más azul.

IMG_4832.JPG