MI HIJA, MI ESPEJO

Yo creí que era sensible… entonces llegó Emma a mi vida y me enseñó el verdadero sentido de la sensibilidad. Cuando somos niños tenemos esta libertad para expresar lo que pensamos y sentimos de forma muy natural y sin mucha complicación. Somos insertados en este mundo y, depende del sitio en el que hayamos nacido, nos encontraremos las manos que nos querrán moldear de acuerdo a las costumbres, la cultura y las creencias familiares. Todos hemos llegado aquí arcilla y nos iremos, con mucha suerte, con la forma que hemos sido llamados a ser. El problema son las intervenciones que, aunque bien intencionadas, suelen desviarnos del camino. 

Un día, en mi adolescencia, me di cuenta de que mi extrema sensibilidad era la causante de mucho de mi sufrimiento. Al menos en ese momento lo entendí así, pues para ese nivel de discernimiento es para lo que me alcanzaba mi corta vida. Luego me di cuenta también que otro de mis recursos, el razonamiento, me era más útil para sobrellevar los tragos amargos porque con éste podía al menos encontrar una explicación que justificara todo lo que no me gustaba del mundo que me rodeaba. A partir de ahí me dediqué a fortalecer mi razón y, como consecuencia, mi sentimiento se vio disminuido sin que yo me lo hubiera propuesto siquiera. 

Entonces me convertí en madre de una pequeña que además nació en junio como yo, y que desde muy temprana edad demostró una sensibilidad a flor de piel. Cuando la tuve en mis brazos leí el libro “Tu hijo, tu espejo”, de Martha Alicia Chávez, y en ese momento no le encontré mucho sentido. Cinco años después lo leí de nuevo y fue como si una enorme luz descendiera del cielo para abrirme el entendimiento. Entendí que los hijos son maestros porque vienen a mostrarnos todo aquello que aún tenemos pendiente por resolver. Y ahora sé que Emma, con su enorme capacidad de expresar sus sentimientos, me ha venido a recordar esa belleza que dejé en pausa años atrás.  

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Durante mucho tiempo me preocupé porque creí que la sensibilidad extrema de mi hija era algo que estaba mal en ella y que yo tenía la responsabilidad de “arreglarlo”, pero ahora entiendo que en el fondo la que hablaba no era la Marcela adulta, sino esa Marcela niña y temerosa por la creencia de que la gente sensible es más susceptible al sufrimiento. Aquel desfile de primavera en el que mi niña se aferró a mi pierna para no unirse al grupo, aquella vez en que llegó conmigo en un mar de lágrimas porque una amiga le dijo algo que no le gustó, o esa ocasión en que la vi sufriendo porque una maestra les anunció que se iría de la escuela… todos esos momentos me encendían las tripas de impotencia porque no me gustaba verla débil. Porque sí, durante mucho tiempo confundí sensibilidad con ausencia de fuerza cuando en realidad era todo lo contrario. 

Porque un día vi a Emma actuar en un escenario, y justo ahí entendí que su sensibilidad es precisamente su súper poder. Sentada en medio del público, durante un segundo no había absolutamente nadie en la sala más que mi maestra y yo, ella iluminada interpretando un monólogo y yo a oscuras viéndola brillar. Entonces todos los llantos, los gritos, los silencios, los reclamos, las explosiones, los abrazos, las preguntas, las carcajadas, los sinsabores y las alegrías se me agolparon en la memoria y me erizaron la piel al ver a mi hija fuerte, entera y poderosa haciendo algo que amaba, tanto que su alma llevó de la mano a la mía para rescatar mi propia sensibilidad.    

Somos prontos para etiquetarlos y así nos etiquetamos a nosotros mismos también. Pero la etiqueta siempre reprime, limita y encasilla. Claro que soy sensible, y no sólo eso, sino que además lo soy en extremo. Pero también soy otras cosas y mi sensibilidad no es lo único que me define y me conforma. Y más allá de esto, es precisamente esta capacidad mía de sentir la que me impulsa a crear y a expresarme en la forma en que lo hago, así que no puedo más que agradecerle y enorgullecerme de ella. Hoy me digo esto todos los días y al decírmelo se lo digo también a mi hija, despidiéndome poco a poco de aquella falsa creencia de que las personas fuertes permanecen impasibles.

Aún se me prenden de vez en cuando los complejos cuando veo a Emma explotar fuertemente con una emoción, pero siempre intento recordarme que no quiero moldearla al grado de que pierda esa esencia suya que la hace tan bella y creativa. Lo único que le pido a la vida es que me permita abrazarla y acompañarla en su camino, pues así voy también retomando el mío. 

FOTOS: David Josué   //   LOCACIÓN: Balboa Park, San Diego, CA

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