UN ÁNGEL EN MANEADERO

El dolor de Mirna quería salir de su pecho para recostarse una vez más con su padre, a quien no reconocía en ese momento de despedida. Como el desconsuelo no podía escapar, lo hizo ella. Se apartó de la multitud de dolientes que le daban el último adiós al hombre que más había amado en su vida y corrió hasta que encontró un árbol al que pudo abrazar para deshacerse en lágrimas. 

Entonces escuchó una voz: “Tu papá no ha muerto. Tu papá vive y vivirá siempre en todas las obras que hagas para ayudar a los más necesitados”. Justo ahí se le encendió un fuego ardiente que había permanecido apenas como una pequeña luz desde que ella tiene memoria. Quizá desde aquellos días en que recuerda a su madre cerrar su restaurante en las tardes y prender el fogón y su generosidad para alimentar a los campesinos que no tenían cómo pagarle.  

“Siempre supe que sería misionera. Todos los días veía a gente necesitada y yo quería hacer algo por todos ellos”, dice este ángel de Maneadero, como la conocen aquí todos los que ahora acuden a su casa cada domingo para sentarse en la mesa que ella dispone con lo que tiene a la mano, lo poco que ella compra pero lo mucho que es capaz de reunir para su asociación Corazones llenos, caras felices A.C. 

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“Yo no soy rica pero tengo un Dios que todo lo puede, y yo en todos lados me meto”. 

Como aquella vez en que una madre desesperada le habló para ver si podía ayudar a su hijo universitario que había quedado cuadripléjico después de un accidente. Al llegar, él le pidió que se fuera porque no había nada que pudiera hacer por él. El chico no sabía del fuego encendido en esta mujer de hierro y algodón al mismo tiempo, el que la hizo quedarse y convencerlo de que le dijera lo que necesitaba. 

“Lo único que quisiera es una silla como la de Christopher Reeve, el actor de Supermán”, confesó el muchacho después de muchos intentos. 

“Está bien, yo te la voy a traer y tú me vas a prometer que vas a terminar tu carrera”, le dijo Mirna. 

De eso hace ya varios años y las piezas del rompecabezas se desdibujan en su memoria. Sólo recuerda que investigó un poco en internet, mandó algunos correos electrónicos, contactó a una fundación, le contestaron unos misioneros, le pidió a Dios con todas sus fuerzas… “Señor, ya estamos en esto, no me vayas a dejar en vergüenzas” le repetía en cada oración. 

Y la verdad es que no importan tanto los detalles, sólo el saber que una humilde mujer en una comunidad lejana de Baja California consiguió que un veinteañero recibiera en la puerta de su casa aquella silla que necesitaba para volver a confiar en la vida. La piel todavía se le enchina al recordar. 

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Quién sabe, quizá en aquel árbol al que se abrazó el día que murió su padre, además del revelador mensaje le fueron otorgados también los poderes que iba a necesitar en su caminar.  Uno que ha sido intenso, espinoso en algunos tramos y apacible en otros. Pero siempre, dice Mirna, de la mano de Dios. 

“Aquí no se mueve dinero, pero sí se mueven muchas bendiciones”, afirma esta mujer que ha convertido su casa en albergue, ha estudiado psicología para ayudar no solamente a nivel físico sino también emocional y ha arropado en épocas de frío a todos los que alcanzan sus brazos.     

Hoy estamos aquí con ella en domingo para ayudarle a servir el desayuno: avena y albóndigas de maná, una mezcla de arroz y soya que ella consigue en Estados Unidos, donde trabaja su hijo y desde donde le envía lo que puede para ella, sus nietos y su ayuda para los demás.   

Ayer fue un día especial porque le trajeron como donativo un camión-biblioteca para que los niños de Maneadero puedan estudiar y prepararse mejor. Los chiquillos curiosean entre los libros, comen gustosos el caldo con tortillas de maíz y agua de jamaica y luego juegan divertidos mientras una señora muy joven se acomide a limpiar la mesa. 

“Esta mujer es una súper mamá”, presume Mirna, “Ella hace cuatro horas de camino para irse a trabajar al campo, pero antes deja a sus hijos listos, bien bañaditos y cambiaditos para irse a la escuela. Y así todos los días. Es un ejemplo de mujer”.       

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María sonríe al escucharle decir esas palabras, abrazada de sus cuatro hijos de piel salpicada por el sol y la brisa salina de este lado de la costa. Tienen sus corazones llenos y las caras felices, justo como lo soñó Mirna, así como sus anhelos de construir en su casa una habitación extra para dar terapias a los niños enfermos, algunos de ellos con cáncer a quien paga sus quimioterapias, seguramente harán sonreír todavía a más almas en el futuro.  

Le ayudamos luego a Marcela, una amiga que ha llegado a apoyar también, a bajar varias bolsas y cajas de su carro con ropa y cobijas para las familias de la comunidad. “¿No les digo? Aquí la ayuda siempre llega”, afirma esta mujer de carácter recio y a la que se le atropellan las palabras en su conversar apresurado, como imagino se le han de apiñar las ideas para ayudar una tras otra, mucho más veloces que lo que su mano puede actuar. Al final del día, ella se sostiene con el bastón de la certeza de que nada es imposible.  

Y es que Mirna tiene un fuego en el pecho, aquel en que trasmutó su pena el día que su padre se fue… y el que ahora le sirve a ella de guía para dar con aquellos que necesitan del cobijo de su llamado. 

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La fotógrafa Luz Hernández creó estos bellos calendarios del 2020 y todo lo recaudado en las ventas será destinado al apoyo de la asociación de Mirna, Corazones llenos, caras felices A.C. El precio en Ensenada, B.C. es de 250 pesos y en el resto de la República Mexicana es de 350 pesos ya con el envío.

Puedes pedir el tuyo en el Instagram de Luz, @luz.photoart o al teléfono (646)107-9299.

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