MATÍAS Y EL PIPÍ

El avión está a punto de cerrar sus puertas. Estamos en un vuelo rumbo a San Miguel de Allende y Matías me dice que quiere hacer pipí. Lo llevo al baño y cuando entramos dice que no le gusta y que ya no tiene ganas de hacer. Entiendo que es un baño extraño para él y le digo que no hay ningún problema, que puede hacer para que esté más a gusto. "¡No! ¡No quiedo hacel!", me dice mi voluntariosillo escorpión. "Matías, acabas de decirme que tienes ganas, el avión ya va a despegar y no podremos venir más tarde", le respondo yo. Me avienta un "¡NNNOOO! ¡NNNO QUIEDOOOO!" y forcejea la puerta para salir mientras suelta el llanto.

Entonces empieza esa danza inevitable de la madre que lucha por hacer que su hijo entre en razón. Le explico de buena gana que si regresamos al asiento corre el riesgo de hacerse en los calzones porque ya no nos dejarán levantarnos cuando el avión despegue - llanto - lo abrazo y le digo con cariño que puede confiar en mí y que voy a ayudarlo - llanto - le hago ver todas las bondades de un baño tan interesante donde todo es muy pequeño y divertido - llanto - lo saco a la cocineta del avión para tranquilizarlo y que tome aire - se va el llanto pero sigue la negación - le cuento una historia en la que los baños son árboles en medio del bosque que tienen mucha sed - muestra algo de interés pero sigue en la negación - le suelto el viejo recurso de que tengo una sorpresa en la bolsa para cuando haga pipí - nel mamá - le advierto que el sobrecargo nos bajará del avión si nos hacemos en el asiento... 

Entonces Emma entra al baño y sale muy sonriente. Matías se anima y me dice que está listo para hacer. Entramos al diminuto espacio pero es tarde y se orina en la ropa antes de que logre subirlo al retrete. Ajá. Dado que no soy ninguna santa y el sobrecargo empieza a tocarme la puerta porque estamos a punto de despegar, descargo mi frustración en el plebe mientras le pongo el cambio de ropa limpia. Una vez en el asiento y ya más calmada, le explico que eso no debe pasar de nuevo, que no podemos esperar tanto para ir al baño. El inocente me promete que no volverá a ocurrir. 

Al cabo de dos horas me dice que quiere hacer popó. Corro con el chiquillo al baño que obviamente está ocupado y rezo en la fila para que no ocurra un accidente peor. Cuando entramos veo el wc hecho un asco y le explico que voy a pararlo encima en una sentadilla y que lo voy a sostener con mis brazos para que haga popó. En la padrísima (not) postura en la que nos encontramos frente a frente y en cuclillas los dos, ahora soy yo la inocente que le pregunta si también hará pipí y justo en el momento en que me dice que no, me doy cuenta de mi estúpido error de madre primeriza de un varón y trato de voltearlo en chinga para que haga volteando hacia la pared. Pero ajá, es tarde y terminamos orinados los dos. Se me sale el naturalísimo "Ay, ay, ay noooo" y Matías me dice con tono sereno y aleccionador: "Mami, no te enojes". Entonces suelto la carcajada porque las madres podemos encabronarnos cuando las cosas con los hijos se salen de control, pero la línea entre un encabronamiento mayor y la rendición es tan delgada, que a veces no queda más que la segunda opción acompañada con un poco de autoburla y valemadrismo ante la absurda situación. 

Así que olorosos a orines regresamos a nuestro asiento, porque ya no traigo un segundo cambio para Matías y evidentemente jamás cargo con uno para mí, y me pongo a escribir estas escatológicas líneas en honor a todas las madres que creemos que estamos listas para todo en esta vida. 

FOTO: David Josué