MEMORIAS DE SAN MIGUEL

Tenía 21 años y un sueño en la maleta cuando llegué a San Miguel de Allende: vivir sola por primera vez durante un mes. Aquel taller de fotografía en Bellas Artes me pareció la excusa perfecta para empacar mis ilusiones y demostrarme que podía hacerlo. Hacía un año que me había mudado a Monterrey con una amiga para estudiar la licenciatura y la vida ya me había enseñado un par de cosas con las que me creía lista para comerme al mundo. 

Llegué una tarde olorosa a tierra mojada por la lluvia que caía a cántaros sobre las calles empedradas de este pueblo mágico y el taxi que me condujo hasta el portón donde me hospedaría se marchó apenas me entregó las maletas y le di su dinero. Quienes somos de Mexicali no acostumbramos los paraguas, así que después de un minuto terminé empapada mientras tocaba fuertemente aquel muro de madera vieja e hinchada. Pasaron diez minutos más y nadie abrió jamás la puerta. Eran los finales de los noventa y yo aún no me subía a la ola de la telefonía celular, así que me encontré completamente sola en un lugar desconocido, empapada y en medio de una calle desierta por la lluvia, con todas mis fortalezas y aprendizajes sobre la vida diluyéndose por el piso junto con el lodazal. 

Caminé hacia donde el instinto me lo indicaba porque no encontraba un alma para preguntarle nada, tropezando entre las piedras con una pesada maleta a cuestas, segura de que me habían visto la cara cuando deposité el costo del mes completo en este lugar donde no había nadie. Encontré un teléfono público y marqué el número que me habían dado no recuerdo cuántas veces y nadie me contestó. Mi papá me había apoyado para pagar mi estancia y no tenía cara para pedirle que me la pagara otra vez en otro sitio. El temor de no saber qué hacer creció en mí y empecé a ver todo sumamente gris. 

Entonces le llamé a David, con quien tenía apenas un par de meses de noviazgo, y el nerviosismo contenido me hizo soltar el llanto en el teléfono. Lo que el hombre hizo fue lo que mejor sabe hacer en momentos de crisis: calmarme y ponerme todo en perspectiva. "Estás viviendo un sueño en un lugar maravilloso. No conoces a nadie todavía pero ya lo harás. Acércate al centro y con el efectivo que traes paga una noche en algún hotel. Descansa y mañana las cosas se verán muy distintas". 

Así lo hice. Y con el nuevo día llegó también el sol maravilloso de verano que lavó mis inseguridades. Salí a buscar un lugar para desayunar y descubrí la belleza de un pueblo pintado de todos los colores y cubierto de enredaderas verdísimas en todos sus muros. La estampa de la gente caminando con calma por las calles, las carretas de fruta en las esquinas y los aromas a café y pan recién horneado escapando de los muros de piedra anaranjada contrastaba con la imagen deslavada del pueblo lluvioso y los portones cerrados del día anterior. 

Me senté en un lugar cuyo nombre no recuerdo pero rosa mexicano en sus sillas sí, me comí unos huevos con un jugo de naranja y un café mientras agradecía la oportunidad de estar aquí. Al terminar llamé de nuevo a la casa donde había pagado mi hospedaje y me pidieron disculpas porque tuvieron que salir justo a la hora en que yo había llegado. Me encaminé con mi maleta de nuevo al lugar y me recibieron con la amabilidad que terminó de borrar mi pesimismo de las últimas horas. Me instalé en una habitación preciosa color azul con un librero lleno de ejemplares viejos, del que tomé prestado El Lobo Estepario de Herman Hesse para leerlo en mi estancia, acomodé mi ropa y mis cosas en el armario y salí con la decisión bien puesta de vivir al máximo aquellos 30 días en San Miguel. 

La experiencia de aquel día se me quedó guardada en la memoria, de donde la rescaté hace apenas un año, cuando mi hija Emma me dijo que le daba mucha pena bajarse a la tienda para comprar unas fresas congeladas que quería para un licuado y yo quise contarle que la pena no nos llevaría jamás a ningún lado. "¿Pero por qué no me las compras tú mamá?" "Porque lo mejor que puedo enseñarte en esta vida es a ser independiente, y yo sé que tú puedes hacerlo. Te voy a contar una historia. Yo tenía 21 años y llegué una tarde de lluvia a San Miguel de Allende..."    

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