CRASHERS EN LA AURORA

Viajar con niños te invita a ir a otro ritmo. No puedes andar a las carreras, no es buena idea tener expectativas muy altas ni creer que vas a recorrerte el destino entero para aprovechar tu visita. David y yo ya habíamos venido a San Miguel de Allende hace unos cuatro años, sin hijos y con un grupo de amigos, en plan adulto total. Así que ahora sabíamos que el itineario sería muy distinto. 

Hemos estado mucho en casa inventándonos cosas que hacer, nos hemos levantado tarde y visitado solamente los lugares donde los chiquillos pueden pasarla bien. Pero un sitio al que yo tenía muchas ganas de volver era la Fábrica La Aurora, un centro espectacular de arte y diseño, al que yo sabía que pasaríamos de carrerita porque Matías no aguantaría mucho entre obras de arte y galerías de antigüedades. 

En esas andábamos, entre local y local, más nerviosa por las cosas con las que mi cría quería jugar que realmente disfrutando la visita, cuando una chica en una tienda de textiles y muebles de la India me dijo que había un café al fondo del lugar con juegos para niños y un jardín grande donde Matías podía correr. Los que corrimos fuimos nosotros para encontrar el oasis para un par de padres desesperados.

Al llegar nos dimos cuenta que en el dichoso jardín había una piñata particular y el chico del café nos dijo que no podíamos pasar. Me asomé para ver el maravilloso lugar y al fondo los juegos donde mi chiquillo inquieto podía pasar un buen rato con su padre y su hermana mientras me daban chancita de un momento de adultez. Entonces, como toda madre que esconde sus vergüenzas en pro de la satisfacción de las necesidades de los plebes, me dirigí a la mamá de la fiesta y de igual a igual le pedí el paro de que nos dejara pasar. Y ella, muy linda, me dijo que sí. 

Matías jugó feliz mientras Emma grababa sus interminables videos en el teléfono y David se tomaba tranquilamente un café. Esos tres cuartos de hora en los que me sumergí por completo en la admiración profunda y total de cada galería de arte me supieron a gloria y al volver hasta tuve oportunidad de tomarme una agüita de melón que cerró con broche de oro la visita. 

Al menos eso creía yo, cuando de pronto llega el pequeño de la fiesta, seguramente enviado por su bella madre, a darle a Matías una bolsita de dulces como al resto de los invitados a su cuarto cumpleaños. El detalle nos sorprendió muchísimo y cuando le solté a Matías el consabido: "¿Cómo se dice?", fue el otro chiquillo el que, como buen hijo condicionado contestó un "Gracias", al que Matías remató con un "De nada". La verdadera cereza en el pastel.    

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