ADIÓS SAN MIGUEL

Hace mucho que no hacíamos un viaje así, lejos, sólo los cuatro y desconectados de todo. Ok, eso de desconexión en esta época tiene sus bemoles, pero me refiero más bien a la desconexión de la rutina, las responsabilidades comunes y el trabajo. Los cuatro juntos para todas partes, por las calles, en las tres comidas y hasta en la cama por las noches. 

Acá entre nos, David y yo queríamos aprovechar este viaje a San Miguel de Allende para conocer cómo sería la vida acá y ver si nos mudábamos al terminar Emma la primaria, lo cual ocurrirá en un año más. Esta es una ciudad que siempre nos ha llamado pero, para nuestra sorpresa, no nos llamó para quedarnos aquí a vivir. Ambos coincidimos en que es un lugar bellísimo pero que nos late más para venirnos de viejos, cuando los hijos hayan emprendido el vuelo y nosotros nos dediquemos a viajar por el continente. Este... es que así nos imaginamos nuestra vejez, con la Westfalia incluida y todo el cotorreo, pero eso (again) es tema para otra historia. 

No nos latió la mudanza pero esta aventura se quedará por siempre en mi corazón como el primer viaje "slow" que hicimos los cuatro. Nos hospedamos en una casa maravillosa que encontramos en Airbnb muy cerca de la Parroquia de San Miguel Arcángel. Nos levantamos hasta el medio día de la cama king size en la que cada noche nos hicimos bola los cuatro y desayunamos los huevos con frijoles y tortillas de maíz que compramos en la tienda de la esquina. Fuimos al mercado a comprar lentejas, fruta y verdura y cocinamos juntos una ensalada de pasta con atún que cenamos durante tres días seguidos. Lavamos trastes todos los días y David hizo café todas las mañanas para empezar la jornada con una platicadita. Emma y yo dibujamos juntas, vimos películas con palomitas un par de noches y los dos chiquillos se mojaron con la manguera en la terraza los días de mucho calor. Por la tarde caminamos por la plaza y nos comimos un cono de nieve diario, conocimos el museo del juguete antiguo, el parque Juárez, la fábrica La Aurora, uno que otro restaurante y hasta nos subimos a un tour guiado en tranvía. 

Viajar con niños es algo muy distinto a viajar solos, con amigos o en pareja y el éxito de cada viaje está en la aceptación de esta realidad. Algunos podrán pensar que no aprovechamos al máximo nuestra estancia de siete días aquí, pero yo me voy con el corazón bien satisfecho y lleno de momentos que han de convertirse en las mejores memorias con estos tres seres que adoro con el alma. Y al final, ¿no es para eso precisamente que dejamos nuestro hogar y viajamos a lugares remotos? Para ampliar nuestra cultura y abrirnos la mente, sí, pero también para fortalecer la unión con los que más amas. 

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