HOLA, 42 AÑOS

Hoy cumplo 42 años, la edad que tenía mi mamá cuando trascendió este plano, y eso me hace estar segura de que esta vuelta al sol será la más simbólica en mi vida. No sé cuántos años más me queden aquí, pero hay algo que sí tengo claro: se me ha dado la oportunidad de superar a una de las figuras más importantes en mi historia. Y eso no es fácil. 

Las semanas previas a mi cumpleaños he tenido muy presente a mi madre y a sus últimos días, sobre todo a las conversaciones entre ella y yo que se quedaron en el tintero y que ahora debo imaginar para estar en paz. Por muchos años me hice una cantidad descomunal de preguntas sobre su enfermedad, sobre todo relacionadas con lo que ella pensaría y sentiría en aquellos momentos en que prefirió mantenernos a salvo en la burbuja de nuestra infancia. Ahora no, ahora ya no me quedan preguntas porque he conseguido entender que las cosas son siempre como deben ser y que las dudas recurrentes son mucha veces las piedras que entorpecen el libre flujo del agua en el río. 

Ahora el titubeo tiene más que ver con mi destino. La siento tan presente en mi vida, hablándome en un susurro amoroso muy de cerca al oído, como el dulce canto de las aves que se desperezan apenas comienza a dibujarse el alba o la espuma fría del mar que acaricia con timidez las puntas de mis pies descalzos. Sus palabras que viajan a través de la luna llena, el confort del té a media mañana o la flor que me regala uno de mis hijos a veces me resultan confusas, pero hay otras en que su nitidez me conmueve al punto de sentir de verdad que mi alma y la suya se abrazan. 

Será que tengo muy sobrevaloradas a las palabras textuales, precisas, concretas, literales… y mi madre escoge siempre comunicarse en el plano de lo sensible, intuitivo y casi mágico, canales que tengo siempre que recordarme alimentar más a menudo. Pero hoy es mi cumpleaños y los sentidos siempre se me despabilan en estos días de nostalgia superlativa. Hoy la escucho más de cerca y más cercanos tengo esos instantes en su última cama de hospital, con sus últimos dolores y últimas conversaciones con sus seres amados antes de irse a sus 42 años recién cumplidos. 

Y esa cercanía es la que me ayuda a escuchar que durante muchos años tuve miedo a repetir su historia, pero ahora lo que temo es no vivir al máximo la que a mí me toca, a pesar de que mi cuerpo todavía esté aquí en la Tierra. Que la enorme lealtad que le profeso me impida cruzar el océano que se extiende frente a mí para vivir más allá de lo que ella vivió, no solamente en el nivel físico sino también en el espiritual. 

Me acompañaste invisible hasta este momento, mamá, y juntas atravesamos tantas tormentas gracias a que me sostuviste amorosa entre tus brazos. Hoy estamos paradas tú y yo frente a este mar de incertidumbres, pero mis pies ya tocan la arena y de aquí en adelante estoy lista para nadar. Ven, te invito a ir juntas de la mano, porque seguimos siendo tú y yo, seguimos siendo una misma, pero cada una con un camino distinto.    

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