ESPERANZA

¿De dónde viene la esperanza? Ese sentimiento que se parece mucho a una tacita de té frente a la ventana en un día de lluvia o a tu libro favorito en un sillón cómodo con dos horas libres por delante. La sensación, en pocas palabras, de que todo estará bien.

Sentir esperanza mientras las cosas marchan justo como las hemos imaginado no es tan complicado, pero ¿qué pasa cuando el flujo de las cosas o las circunstancias parece atorarse y el ambiente se pinta de gris? ¿A dónde es posible acudir cuando el ánimo se apaga y una no quiere levantarse de la cama o, si consigue hacerlo, es sólo para cumplir con lo indispensable y no se tienen las ganas para “vivir al máximo”? 

Me imagino a la esperanza sentada en su mecedora, como las sabias vecinas que antes salían a conversar unas con otras en las tardes frescas de los pueblos azotados por la canícula, como aquel donde nací. Me la imagino de cabellera lacia y trenzada, hilos plateados y azabaches, y un vestido de muchas flores de colores que contrasta con la simplicidad de su mirada tranquila y plácida. Me la imagino esperando a que alguien la llame porque la última vez hubo un alboroto tan grande que a ella la dejó sin quehacer. Desde entonces volvió a su silla, y en el ligero vaivén como el de los aires de marzo entendió que la puerta para regresar al espíritu que habita no puede ser abierta por ella. 

Imagino entonces a mi mente, caótica, repleta, desbordada, como las tormentas marinas en las que el viento no encuentra un hueco por dónde fugarse. Me la imagino rabiosa, tempestiva, a veces consciente de la revuelta y del deseo de calma y otras veces inmune a cualquier intento de paz. Indomable, con las ideas desordenadas y la voz ronca de tanto vociferar. De pronto, entre un relámpago y el siguiente, la tormenta recuerda aquella vez que fue un océano en quietud. Pareciera que muy a lo lejos escucha el rechinar de la mecedora que paciente se mantiene fiel en la espera. 

Entonces la sabia y el mar se encuentran. Ella le acaricia el rostro alborotado y con sus manos salpicadas de lunares y venas hinchadas termina por mitigar sus últimos truenos. Con el siguiente respiro termino de recordar: la esperanza está siempre ahí, muy dentro, atenta al momento en que sea yo quien decida llamarla para venir a abrazarme otra vez.   

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