El mensaje del encino

La prudencia del viento que sopla esta mañana consigue hacer bailar a una sola hoja del encino viejo en este bosque que me cobija generoso. Aunque sutil, el movimiento me distrae la mirada sumergida hasta ese momento en el hervidero de hormigas que entran y salen de uno de los codos del tronco, comunicándose unas a otras a través de lo que me gusta imaginar como un espíritu infinito que las sostiene en una telaraña invisible y poderosa.

Mi atención plena está ahora sobre esta hoja desnuda del verde de sus compañeras jóvenes y cubierta del marrón que le vaticina el final de su ciclo. Entiendo entonces que es la única en danzar con el aire sereno porque está a punto de caer. El resto permanecen firmes, cada una aferrada al punto que la sostiene a la rama. El encino está a punto de soltarla, pienso, y me preparo para atestiguar uno de los espectáculos más simbólicos de la ciclicidad en la naturaleza. 

Ya nos había dicho Paula, nuestra guía en este baño de bosque, que los abuelos de este sitio nos tienen siempre preparado un mensaje para quienes queramos escuchar. Seguro éste es el mío, me convenzo: el recordatorio de que hay que ser valientes para dejar ir lo que ya no nos sirve. Le sostengo la mirada a la pequeña hoja como esperando, casi casi convenciendo, a que termine de soltarse para llevarme la satisfacción a casa de haberla visto andar su ruta hasta el suelo y confirmar así el recado que el encino guardaba para mí.

Los minutos transcurren y entre un parpadeo y otro empiezo a sentir la impaciencia de ver finalizada la historia de mi amiga la hoja seca. Ella, ajena completamente a mis intenciones espirituales, perpetúa su alegre contoneo al son que le vaya dictando el viento. Sigo esperando. No debe faltarle mucho para caer, concluyo en mis pensamientos mientras evito al máximo el deseo de volver la mirada a las hormigas que para esas alturas se me antojan mucho más entretenidas, no vaya a ser que me pierda yo de la experiencia sublime que el árbol sabio me tiene preparada.

“No ha llegado el momento”, me dijo entonces el abuelo. “¿Qué?”, le respondí. “Puedes impacientarte lo que desees, pero la hoja caerá cuando esté lista para hacerlo, ni antes ni después”. 

El momento. Todo tiene su momento. Puedo apurarme lo que quiera, puedo correr hasta el cansancio y puedo incluso sufrir porque no consigo subir la cuesta, sanar la herida u obtener respuestas. Sé tan poco sobre la perfección del instante justo. ¿Cómo me daré cuenta de que éste ha llegado? Muy seguramente sólo lo haré cuando ocurra. Sólo cuando la hoja caiga del encino sabré cuál era el momento ideal para que cayera: ése.

Paula tenía razón. Los abuelos de este sitio siempre tienen preparado un mensaje para quienes quieran escuchar. 

* Paula es facilitadora en Ensenada, Baja California de los baños de bosque, encuentros cercanos con la naturaleza para meditar en ella de forma activa. En esta ocasión la experiencia fue en Valle Natal, un bosque de encinos y olivos protegido en el Valle de Guadalupe.

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