Flores, elefantes y mariposas

Por Ana García

I

6 de diciembre de 2017. Camino por los pasillos del aeropuerto, como túneles sin fin donde nunca cae la noche, me duelen los brazos, voy cargando a Martín y jalando la maleta. ¿En qué estaba pensando cuando decidí viajar sin carriola con un niño de 2 años? Son las 11 de la noche, luego de horas de vuelo por supuesto está dormido, me duelen los brazos, me detengo, descanso un segundo, sigo caminando.

Salgo por fin, no veo a mi mamá, me siento en el piso porque ya no puedo seguir cargando a Martín mientras camino y jalo la maleta, me siento en el piso a esperar. Saco el teléfono que no tiene señal en México, pero me conecto a la Wifi del aeropuerto, veo varias llamadas perdidas de Beatriz. Justo en ese momento marca de nuevo, le cuelgo pensando que no puede ser nada urgente, le llamaré al llegar a casa. Insiste, marca de nuevo, le contesto:

-¿Amiga ya llegaste? ¿Estás con tu familia?

-Estoy en el aeropuerto, mi mamá aún no llega.

-Tengo que decirte algo, pero necesito que estés tranquila, Adrián tuvo un accidente. Le avisó a los chicos. Estamos en el hospital. Tuvo un derrame cerebral. La doctora quiere hablar contigo.

La doctora me hace preguntas: ¿Cuántos años tiene? ¿Fuma? ¿Toma? ¿Es alérgico a algo? Me dice que el neurocirujano viene en camino y que me llamarán de nuevo para que autorice la cirugía. A lo lejos veo a mi mamá venir sonriendo por el pasillo, viene agitando un perro de peluche que usa para jugar con Martín por videollamada; no tiene idea de que nos acaba de cambiar la vida a todos. Martín sigue dormido. Yo estoy al teléfono.

-Necesitamos operarlo, no puedo esperarla.

-Haga lo que tenga que hacer, pero sálvelo.

Me enfoco en esa sola idea, “que te salves”, alrededor todo se derrumba, van cayendo a pedazos las certezas y los planes, mis dedos como garras se aferran con fuerza para no caer al abismo. Fijo mi mirada y mis decisiones de nuevo en esa pequeña idea, “que te salves”; para que contigo nos salvemos todos.

Espera, preocupación y esperanza en un ciclo que parece no tener fin; así pasan los días, las semanas, los meses. El dolor muerde, quema, arde; deja todo al rojo vivo. Muerde y no te suelta; es una punzada constante, fiel compañero y verdugo que me recuerda que la vida de antes ya no existe. 

II

Estoy haciendo escala en un aeropuerto, veo la tienda de corbatas que te gusta y entro a comprarte algo, escojo varias, comparo y no me decido; te llamo para preguntarte, “la de flores y la de elefantes sí, la de mariposas no”. Esa fue la última conversación que tuvimos, animales estampados en unas corbatas. Acercaste tu boca a la cámara y me mandaste un beso, luego de eso te perdí para siempre. Volví a verte 1 día después, con los ojos cerrados y un tubo en la garganta; no volvería a escuchar tu voz hasta más de 1 año después. 

III

En el hospital el tiempo no se mide en minutos y horas, se mide en turnos de enfermeras, en el momento de la ronda de los médicos, en los horarios de visitas, en análisis y estudios, en cirugías,  pastillas, mililitros, pulsaciones y grados centígrados. Vemos a los pacientes alrededor nuestro llegar e irse y nosotros seguimos ahí. Una pantalla en la entrada de terapia intensiva nos recuerda que los días pasan, 10, 30, 50, 80 días y aquí seguimos. 

Empiezo a ir a la sala de oración, no creo en dios, pero rezo, rezo a mis abuelos, a veces les pido que te salven y otras les pido que te lleven con ellos. Me despido de ti todas las noches cargando la esperanza de verte al día siguiente, pero también te doy permiso siempre de que te vayas, te susurro al oído que estamos y estaremos bien, que no te preocupes, te doy un beso y me marcho. 

Los logros y grandes éxitos toman un nuevo sentido; recuerdo la primera vez que te moviste después del derrame. Era 25 de diciembre, estaba sentada junto a tu cama en el hospital y tenía tomada tu mano, sentí un roce minúsculo y grité de emoción, tu hermana al otro lado de la cama y yo nos vimos y luego miramos fijamente tu mano, “mueve tu dedo” y te apretábamos y acariciábamos para estimularte y sí lo moviste, milímetros, pero lo moviste. Nos volvimos investigadoras y detectives minuciosas de las señales que mandabas, documentábamos todo y reportábamos a los médicos cada avance por pequeño que pareciera. Todas tus nuevas “primeras veces” están grabadas en mi memoria, los pequeños grandes logros de esta nueva vida.

88 días en terapia intensiva. ¡Por fin nos vamos a casa! Llevo 3 meses lejos de mi hijo, necesito regresar, necesitamos estar cerca de los nuestros. Adrián está listo, tenemos todo el cuarto de hospital metido en bolsas y esperamos impacientes a los paramédicos de la ambulancia aérea. Veo venir por el pasillo a 3 hombres jalando una camilla, estoy segura de que son ellos. Mientras se acercan me golpea la imagen de alguien que conozco, pero no hace sentido en ese contexto. Pienso ¿Quién eres, quién eres? Él se acerca directo a mí y me dice “Sí soy”, y en ese momento se levanta el telón en mi memoria y lo abrazo.

- ¿Qué haces aquí? - le digo a Benjamín, amigo de la preparatoria que no he visto en 20 años.

- Soy el médico que los llevará a México.

¡Por fin nos vamos a casa! No tenemos idea de lo duro de los meses y años por venir, pero ese momento nos sabe a una gran victoria, ¡es una gran victoria!

Ambulancia, avión, otra ambulancia, un nuevo hospital. El ciclo de espera, preocupación, esperanza nos envuelve de nuevo. 

El dolor muerde, quema, arde y no te suelta. 



*Ana García fue alumna del taller de escritura personal “Cuéntatelo otra vez” y su texto fue seleccionado por sus compañeras para ser publicado en mi blog.




Foto de Suhyeon Choi para Unsplash

Foto de Suhyeon Choi para Unsplash