el llamado

Centro Cultural y Social Riviera de Ensenada

nací y viví en mexicali hasta mis veinte años, cuando me fui a estudiar a monterrey con la creencia de que en cuatro años regresaría a mi tierra, aunque al final me tomó catorce terminar de salir del capullo que llevé conmigo, titularme de una licenciatura, conocer al amor de mi vida, convertirme en madre, trabajar en los lugares más increíbles, conocer a las amigas que luego se convertirían en hermanas, ver de cerquita a mis fantasmas… crecer pues. 

durante nuestra infancia veníamos muy poco a ensenada, quizá porque mis padres siempre apuntaban la brújula hacia el norte o muy al sur, a las playas de los últimos rincones de la península. en mi memoria soy capaz de recuperar sólo dos recuerdos de visitas a este puerto donde ahora vivo: un viaje escolar en secundaria para ver a las ballenas, cuando mi madre ya contaba sus últimos días, y aquel paseo que hicimos mi padre, mi hermano y yo del que guardo estas fotografías. ¿qué edad tendría? ¿dieciséis? ¿diecisiete? la memoria no me alcanza para tanto, apenas para tomar conciencia de la semilla que alguien (o algo) sembró en mi alma en aquel recorrido por ensenada: un día voy a vivir aquí. 

a los siete años de casados nos mudamos a baja california en busca de una vida más tranquila, y tecate fue el lugar ideal para nuestros planes. allá nació nuestro segundo hijo, vivimos las crisis más fuertes de nuestras vidas (económica, matrimonial, de los cuarenta), aprendimos a tomar buen vino, nos habló de cerquita el cuchumá, nos reencontramos con la familia y la naturaleza, nos acostumbramos a valorar las cosas más sencillas, se nos derrumbaron las estructuras y tuvimos que volvernos a construir desde los cimientos. 

david conoció ensenada y el valle de guadalupe y desde el primer día me anunció: un día vamos a vivir aquí. 

tuvieron que pasar siete años, porque al parecer así por septenios está escrita nuestra historia, para mudarnos a esta ciudad hermosa y caótica a la vez, diamante en bruto, bellísima y pésimamente planeada, guardada con recelo por los que creen poseerla, radiante y raquítica, serena y confusa, dadivosa, fértil, cariñosa, mágica, conmovedora. ensenada, la novia eterna del pacífico.

falta poco para que cumplamos siete años aquí, la edad de las mudanzas, y por primera vez experimento el deseo de quedarme. por primera vez me siento profundamente plena y satisfecha. la gente me pregunta si no extraño tecate, monterrey o mexicali, y yo respondo siempre que sí y que no, porque así como ensenada, mi corazón también es de contrastes. lo que sí he descubierto en el arribo a la (ojalá) mitad de mi vida es que la casa se lleva dentro, vayas a donde vayas, así que no importa tanto el destino como importa restaurarse una misma cuando se nos agrieten los muros o se desprendan las tejas. 

no sé, quizá aquel llamado a mis dieciséis o diecisiete que escuché en casa de una artista cerca de la bufadora haya sido más profundo y yo no alcancé a escucharlo completo: un día voy a vivir… y a despedirme de la vida aquí. 

Calandria en el Boulevard Costero

Plaza Cívica de la Patria (mejor conocida como “Las tres cabezas”)