Las puertas

Por Sol Caetano

Sol mira el espacio entre el piso y la puerta de la oficina. Su gerente le está recordando que ella ya tiene 25, y no es más una pasante en esta compañía. Lo que su gerente le está tratando de decir más cuidadosamente es que quiere que Sol haga más esfuerzo en conectar con el resto de la compañía. “¿Por qué no te sumas a las salidas los viernes? Veo que te cuesta hablar en grupos…” Le señala a ella como si fuese una detective. Sol leyó mucho Sherlock Holmes y no necesita que su gerente actúe como Watson. Ella misma sabe que está cerrada y cuando le pregunta “¿Por qué sos asi?” Sol no sabe por dónde empezar. Quizá cuando tenía 20 años…

Sol miraba el espacio entre el piso y la puerta de su habitación. La luz del pasillo se movía con el paso de sus compañeros del departamento. Escuchaba risas, platos y copas compartidas. Sol pensaba en cómo desde la pelea que tuvieron, ellos parecían estar más unidos. Ella sabía que era mejor estar sola en su cuarto que con ellos pero estaba sintiendo un dolor en el pecho que no había sentido hace tiempo. Una punzada peculiar que aparecía de a poco cuando Sol era rechazada por gente que suponían ser sus amigos. No pasaba hace tiempo porque ella había desarrollado un gran talento: observar, internalizar y amoldarse a la forma de ser de los otros. Había funcionado ya hace bastante. ¿Quizá hace 5 años? ¿Por qué no había funcionado esta vez? Buscando la respuesta Sol se acordaba de una situación que pasó a sus 15 años…

Sol miraba el espacio entre el piso y la puerta del aula. Se distraía con las diferentes posibilidades de libertad: la ventana, poder hacer una llamada o salir por la puerta. En ese colegio los asientos eran asignados y al ser Sol una estudiante obediente siempre la sentaban con personas que no lo eran. En teoría, Sol los haría prestar más atención o algo así, pero lo que terminaba pasando era que ella se sentía incómoda y aislada. Le hacía tener que observar de cerca cómo era la experiencia adolescente “normal”, de lo contrario solo lo hubiese podido ver en la televisión o en las nuevas redes sociales. Apenas sonaba el timbre Sol salió del aula directamente al baño, manteniendo las lágrimas en los ojos. Ni el agua, ni el papel higiénico pudieron sacar el chicle de su pelo. Eso no la frustraba, ella estaba más enojada consigo misma. Había fallado su intento de caerle bien a sus compañeras. Estaba irritada con sus rulos llenos de frizz, y estaba enojada consigo misma porque ni las había confrontado por lo que habían hecho. Nunca había podido confrontar a alguien, le salía más naturalmente internalizar y culparse a ella misma. Desde entonces Sol se planchaba el pelo y no compartía chicles. Siempre aprendiendo de situaciones dolorosas como lo había hecho desde los, quizás 7 años…

Sol no miraba el espacio entre el piso y la puerta de su baño. Si lo hubiese estado mirando, la sombra le hubiese servido como una advertencia y no se hubiese sorprendido por el click de la manija de la puerta. Sus ojos aguados estaban entre sus manos, pero notó cómo el baño ya no estaba tan oscuro. Por un segundo pensó que eran sus amigas a punto de pedirle perdón. Pero era su hermana mayor, cuestionando por qué Sol no estaba jugando en el balcón con sus amigas. “Se rieron de la alfombra de piel de vaca que tenemos, me dijeron que ellas nunca tendrían algo asi y que me debería sentir mal por eso”, dijo Sol entre respiraciones cortadas. Esta era una de las primeras instancias en la que ella sentía enojo y no sabía qué hacer con él y entonces lloraba. Cada lágrima representando cosas que Sol podría haber hecho o dicho diferente, pequeños cristales de arrepentimiento que quizá le hubiesen ayudado a tener amigas. Desde entonces Sol esperaba que sus papás tuviesen decoraciones más tímidas y se sentía incómoda invitando a amigas nuevas a su casa. Confundida y sintiéndose sola, se imaginaba a la Sol con 30 años.

Miraría el espacio entre el piso y la puerta con emoción, confianza y esperanza, prestaría atención a cómo la luz quiere entrar hacia donde ella está. Recordaría a su hermana diciéndole “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”. Habría aprendido qué pasa cuando no cerrás la puerta. ¿Qué pasa si te quedas en el marco de la puerta mirando pasadas situaciones sin saber qué hacer con esas sensaciones? ¿Qué pasa cuando cada nueva puerta que se abre te incomoda? La Sol mayor habría encontrado esas respuestas. Tendría amigas con las que podría reirse mostrando sus encías, gente que le pediría su opinión real, verían cuánto cariño Sol tiene para dar y se lo reciprocarían. Miraría sus propias vueltas al sol pasadas, y entendería que todas esas puertas abiertas y cerradas habían sido necesarias. Entendería por qué no le había funcionado el golpear esas puertas fuertemente sin procesarlo. Deduciría que ese violento movimiento de la puerta solo crea corrientes que abren nuevas puertas con situaciones similares en las que puedas aprender eso mismo que estás reprimiendo. Por suerte, ella ya no se reprimiría sus dolores. Sol sabría ya a esa edad cómo nutrir su amistad más importante, la que tiene consigo misma.

Sol Caetano @sunraysartist fue alumna del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” y su historia fue seleccionada por sus compañeras para ser publicada en mi blog.