DEL OTRO LADO DEL MIEDO

Claro que me da miedo mudarme. Siempre que doy un salto a lo desconocido me acompaña mi fiel amigo el miedo, imparable el muchacho, desdoblándose en una serie de miedos grandes y pequeños que hay que ir conociendo de cerca poco a poco. Hoy sé que las mudanzas (ésta es mi tercera), como todas las situaciones de incertidumbre, son las oportunidades perfectas para encontrarse cara a cara con nuestros temores más profundos. 

Tengo miedo a extrañar demasiado este lugar y a la gente que amo, a que a mis hijos no les guste su nueva escuela o a que no hagan amigos pronto y se sientan solos, a no sentirme segura por vivir en una casa que no conozco, a estar tan cerca del mar (al que históricamente le he tenido su debido respeto), a que no nos vaya bien económicamente… y, en todo caso, a que ésta no haya sido una buena decisión. 

Pero así como tengo miedos, tengo también muchas ilusiones: me ilusiona recordar este lugar y a la gente que amo con esa delicada nostalgia que te acaricia el alma, que a mis hijos les encante la nueva escuela y hagan amigos tan pronto que se den cuenta de que todo cambio siempre trae algo bueno, vivir en una casa nueva que tiene árboles frutales y un patio tan grande donde podamos seguir en contacto con la tierra, que estaré tan cerca del mar que por fin podremos hablarnos frente a frente y yo me permita escuchar lo que tiene que enseñarme, que no sólo nos vaya bien económicamente sino que nos demos cuenta que estamos viviendo con la intención que hemos soñado… y, en todo caso, notar a la vuelta de los años que ésta fue la mejor decisión.  

Del otro lado del miedo, siempre está esperando el amor. En las cajas, junto a los sartenes, a los libros y a la ropa de invierno, llevo también al miedo porque la única forma de vivir la otra cara de la moneda es aceptándolo y dándole la bienvenida en el viaje. Si sé que va a acompañarme siempre, no tiene sentido que me siga peleando con él o, muchísimo menos, que espere sentada su mágica desaparición para por fin levantarme y caminar hacia lo que deseo. El miedo no es el obstáculo, es el mensajero. No nos invita a detenernos sino a prestar atención. La recompensa de escuchar atenta a mis demonios siempre será la libertad para vivir de cerca esos sueños que el desoírme me hace ver como lejanos.

oceano-pacifico-mudanza.jpg