LOS HIJOS Y LAS MUDANZAS

Tendemos a pensar que las mudanzas significan inestabilidad para los niños, así como el cambio constante de escuelas, de medio ambiente, de actividades y de compañeros. Nos preocupa que no se adapten, que extrañen demasiado, que repercuta en sus capacidades sociales en el futuro, que el entorno no sea el ideal para ellos, que nos reclamen, que no les guste la nueva ciudad, que no hagan amigos, que se muestren rebeldes… en fin, que sufran. 

Matías tiene justo la edad que tenía Emma cuando nos mudamos de Monterrey a Tecate y con ella fue un proceso muy agradable, así que imagino que con él será igual. Pero lo que fue más difícil de soltar para mí fue la idea de que Emma entrará a sexto de primaria y yo, amante de cerrar ciclos, quería que lo hiciera con su generación y en la escuela donde estudió toda su primaria. Intenté inscribirla en un colegio Montessori en la nueva ciudad que tuviera también secundaria para que no hubiera un segundo cambio tan próximo pero no había cupo para ella en sexto. Entonces entrará a otro donde terminará su primaria y luego se irá a la secundaria al otro colegio. 

Podrá parecer algo muy simple para muchos, pero para mí fue algo muy difícil de aceptar. Me preocupaba demasiado y le daba muchas vueltas al asunto de que estaría solamente un año en una escuela cuando toda su vida académica he intentado que tenga esa estabilidad de estar con los suyos. Estaba muy concentrada en la idea de que el ciclo termina en sexto y punto. Tan concentrada en el árbol, que no me alejaba un poco para ver el bosque completo. Y en el bosque había también otras circunstancias, sobre todo dos que me ayudaron a soltar el control: en Montessori se diluye un poco este concepto rígido de “generación”. En la escuela de Emma aquí en Tecate también hay secundaria y para ella hubiera sido el mismo desprendimiento de sus compañeros si nos hubiéramos quedado un año más. Por otro lado, aunque ya tiene chispazos de pubertad, Emma aún es una niña que se deja llevar con facilidad por la ilusión de conocer gente nueva y de vivir cerca del mar. En un año, a los doce y con el cúmulo de emociones a flor de piel, no estoy segura de que hubiera tomado el cambio con tan buen ánimo. 

Tan concentrada en el árbol, que no me alejaba un poco para ver el bosque completo.

Claro que mis hijos van a extrañar, así como lo haremos nosotros. Emma extrañará mucho a sus amigos y Matías quizá extrañe más su casa y su “roca gigante”, como él la llama, en la que escala por las tardes. Yo al que más extrañaré será a ti papá, que sé que estás leyendo estas líneas. Y las mudanzas son saltos de fe porque no estás segura ni de que sea la mejor decisión ni de que te irá como esperas, así como en la vida no se puede estar seguro de nada y lo único que queda es poner todo lo que está de nuestra parte para que cada experiencia sea lo más enriquecedora posible. 

Mucho del temor que sentimos por los hijos en un cambio como éste o cualquier otro es nuestro y no de ellos. Proyectamos en ellos nuestros propios miedos y subestimamos sus capacidades extraordinarias. En la mudanza pasada nos preocupábamos por Emma y la sorpresa fue mayúscula cuando vimos su crecimiento con el cambio. El ego de los niños es aún muy pequeño y son maravillosos a la hora de demostrarnos que no se complican demasiado la existencia. El truco está en que, si nos la complicamos nosotros, ellos lo sentirán y se la complicarán también. La buena noticia es que, si confiamos en nosotros y en ellos mismos, la energía será otra y ellos también se contagiarán de ella. 

Nunca voy a olvidar lo que me dijo mi mana Sandra cuando al principio de la decisión le conté mi preocupación por Emma: “Ten cuidado con lo que piensas de tu hija”, me dijo la siempre sabia, “porque por más que le digas que el cambio es lo mejor y que ella puede vivirlo positivamente, si piensas que ella no podrá, todas tus acciones van a demostrar eso y ella las notará y reaccionará a lo que piensas, no a lo que dices”. Y es cierto, lo primero que pienso siempre es que mi hija es muy sensible y durante días temí que este cambio fuera mucho para ella y que no pudiera manejarlo. Al colgar el teléfono con Sandra tomé la decisión de ver en Emma su valentía, su fuerza y resiliencia, que son cualidades que también tiene. Me concentré en ellas y a partir de ese momento su actitud hacia la mudanza cambió inmediatamente. 

Lo mejor para nuestros hijos es que los tengamos en un alta estima y soltemos el control

¿Qué es lo que pensamos de nuestros hijos? ¿En qué concepto los tenemos? Ellos, así como nosotros, lo son todo. Son miedosos pero también son valientes, son débiles pero también son fuertes, son desobedientes pero también son obedientes, son solitarios pero también son sociables, son pasivos pero también activos. Todos queremos lo mejor para nuestros hijos y con el tiempo he entendido que lo mejor es que los tengamos en un alta estima y soltemos ese impulso de querer controlarlos a ellos y a su medio ambiente. Ellos son individuos con su propio camino y, nos guste decirlo o no, no son nuestros. Si un día los veo sufrir, espero recordar también que es parte de la vida y que el dolor no les hará ningún mal, así como no me lo ha hecho a mí.

Así que tomemos nuestras chivas e invitémoslos con confianza a la mudanza, a la universidad lejana, al divorcio, al cambio de alimentación, a despedirse de un ser amado, al nuevo colegio, a la enfermedad, a quitarle las llantitas traseras a la bicicleta… que ellos pueden, y nosotros también.  

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