BIENVENIDA LA INCOMODIDAD

El mar, las nuevas oportunidades, el clima maravilloso, conocer otros amigos y visitar los lugares bellos que hay por acá es parte del paquete atractivo que estamos disfrutando en esta nueva ciudad y en lo que generalmente pienso cuando me preguntan cómo nos va con el cambio a Ensenada. Pero también es cierto que para mudarnos tuvimos que dar un gran salto fuera de nuestra zona de confort, y cuando en la vida ocurren esos saltos aparecen de inmediato la incomodidad, la incertidumbre y la frustración, compañeras inseparables en el proceso de adaptarse a la nueva realidad. 

Ahora pagamos más renta, así que no tenemos ayuda en casa como antes y eso supone un chambal extra para todos. La escuela nos queda más lejos así que hay que levantarse más temprano e invertir más tiempo en los traslados. Tenemos un jardín enorme que hay que regar, podar y cuidar. Mi papá no está cerca como antes y lo extraño muchísimo. Emma extraña mucho a sus amigos y le ha costado trabajo la idea de que ya no los ve diario. Ya no tengo taller como en Tecate, así que hemos vuelto a trabajar desde casa. Aún no tenemos quién nos cuide a los niños por las noches así que mis salidas con David al cine y a cenar se han puesto en pausa.

Durante este par de meses que hemos vivido aquí he reflexionado mucho en que es cierto que éstas y otras situaciones han sido incómodas porque no es a lo que estoy acostumbrada, pero también es cierto que la incomodidad, como todo en la vida, también pasará cuando todo esto sea parte de mi nueva rutina. Puedo hacerme la vida pesada porque las cosas no son justo como yo quisiera en este momento o puedo recordar que no pasa nada si la casa no está impecable, si pedimos comida de la calle de vez en cuando porque no alcancé a preparar nada, si el pasto crece más de lo estético, si tengo una hora menos de sueño o si reemplazamos el cine en pareja por un café en la mañana durante algún tiempo.  

Los cambios suponen siempre un esfuerzo extra de nuestra parte y ésta es precisamente una de las razones por las que más les tememos y preferimos no experimentarlos. La cuestión es que si no hay esfuerzo, no hay crecimiento. Así como el músculo crece con ese minuto extra de levantamiento de pesas, el espíritu crece con esa hora que nos levantamos más temprano para trabajar en un sueño, con esa llamada para agendar una sesión de terapia, con ese paso al avión que nos llevará de viaje, con ese pago para la clase de lo que quiero aprender o con esa cita frente a la persona a la que quiero pedirle perdón. 

Démosle la bienvenida a la incomodidad, porque mientras nos mantengamos huyéndole, no conoceremos nunca lo que hay más allá de ella. Lo desconocido puede convertirse en un gran maestro si le abrimos la puerta… si nos atrevemos a brincar la curva del miedo a soltar la costumbre y la comodidad de nuestra zona conocida. 

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