Sopa para tres

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Texto y fotos por Luz Hernández

Estoy en tu cuarto y aunque la oscuridad nos envuelve y no puedo verte, siento tus lágrimas mojar mi piel. Y en mi corazón siento tu dolor y confusión. Estoy aquí, pero en realidad quiero alejarme y decirte “no pasa nada, no es para tanto, no llores más por favor”. Y es que tu llanto me obliga a conectar conmigo misma. Me veo en ti y eso me aterra.

Eres tan pequeña y quisiera que no tuvieras que sentir tanto. Quisiera arrancarte todo ese sufrimiento, toda esa bruma de emociones que sé sientes. No quiero verme en ti, no quiero tener que abrir esa puerta que cerré hace ya un tiempo.

“Lo que pasa es que tú eres muy sensible” escucho murmurar en mi cabeza mientras te abrazo.

Y tan pronto como termina la frase, estoy de vuelta en casa. Soy una niña pequeña como tú. Estoy tirada en el piso fresco del silencioso y oscuro pasillo que conecta los cuartos con la sala. Aquí todo se escucha como en otro lugar; aquí puedo estar un momento en paz, lejos de todo, lejos de ella. Estoy descalza y tengo puesto mi atuendo favorito: short y playera sin mangas, a pesar de tener el clóset lleno de vestidos pomposos y coloridos que ella me compra; a pesar de su insistencia en “vestirme como niña”.

Ella está en la cocina, como siempre.

Afuera el cielo se torna gris y comienza a oler a tierra mojada, a ese olor con el que la lluvia anuncia su inminente llegada. Es como si la tierra, las flores, las plantas pudieran sentirla venir y desprenden su peculiar fragancia celebrando el agua que pronto caerá sobre ellas.

Adentro huele a sopa, a tomate, a aceite quemándose.

“Luz Elena” escucho gritar. Me levanto lo más rápido que puedo y corro hacia la cocina. Si algo no le gusta a mi mamá es que la hagan esperar, y si algo menos le gusta es tener que decir las cosas más de una vez. Apenas voltea de reojo y nuevamente con gritos “otra vez descalza, ve a ponerte unas chanclas”. Me río, pero sólo por dentro porque lo último que quiero es hacerla enojar. Sé perfecto cuanto le atrae el enojo. Tomo las chanclas y me las pongo mientras regreso corriendo a la cocina porque sé que si escucho mi nombre completo una vez más, estaré en problemas. No quiero hacerla enojar, no quiero hacer a nadie enojar. Hago todo lo que está en mí para lograrlo. Mi papá es más fácil, sólo tengo que enseñarle mis calificaciones y verá que soy muy responsable e inteligente como él y se pondrá feliz. Con ella la cosa es mucho más difícil.

Regreso a la cocina y me siento a comer en la mesa redonda. Ella no dice nada y tampoco se sienta a comer conmigo. Sigue ocupada, como siempre. De aquí para allá, todo el tiempo sin detenerse, sin verme. La observo y pienso que somos tan diferentes, que no tenemos nada en común. No quiero tener nada en común.

Nada es fácil con ella, todo explota con facilidad. Tengo que ser muy cuidadosa pero es muy cansado y confuso.  ¿Me amará?. Tiene que amarme, es mi mamá. Seguro que sí, o al menos eso creo. Me hace de comer rico todos los días. Entonces sí, debe amarme.

¿Será por eso que como tan despacio?

Me aferro a cada cucharada de sopa como si fueran sus abrazos. Me detengo a oler la comida frente a mi y convierto el aroma en sus caricias. El suave calor que toca mi piel se transforma en las palabras que tanto ansío escuchar salir de su boca y mientras doy un sorbo imagino su sonrisa en complicidad con la mía. Quisiera que cada bocado que saboreo durara para siempre, porque es lo que me toca de su amor.

Mientras la sopa está aún caliente, trato de convencerme que es completamente normal percibir tanto a la vez, sentir tanto, pensar de la forma en que lo hago. Es la forma que debe ser para todos, ¿o no?

Soy una niña y no entiendo aún muchas cosas, pero algo dentro de mi me dice que esto no es verdad. Lo confirmaré después con las cientos de veces que escucharé “¿por qué eres tan rara? ¿por qué no eres normal?”, o las veces que me invadirán las ganas de llorar mientras los demás permanecerán tranquilos. También, cuando me llenará la frustración al no poder tomar una decisión, mientras los demás esperan ansiosos. Será claro en el momento en que seré la única que verá a mi tío, que falleció antes de que yo naciera, caminar en la casa de mi abuelita. Veré las caras de todos observarme en asombro como “bicho raro” mientras doy detalle de la  vestimenta, el cabello y su mirada, de alguien a quien nunca conocí y de quien casi nunca se habla. Esto le causará angustia a mi abuela y todos pretenderán que nada sucedió. Y me sentiré tan sola e incomprendida y no entenderé por qué percibo el mundo de manera tan diferente a los demás. Y no será, sino hasta muchos años después que todo por fin tendrá sentido.

Te abrazo en la oscuridad de la noche, con mi mano en tu pecho agitado por el llanto.

La sopa se terminó y el tazón quedó casi vacío, habitado sólo por gotas de enojo y resentimiento. Y entonces, una hermosa noche de marzo, tan oscura como ésta, me convertí en tu mamá. Y aunque me hizo inmensamente feliz, fue también la noche en que mi peor pesadilla empezó a hacerse realidad. Poco a poco, me fui convirtiendo en ella. La historia comenzó a repetirse y al cabo de algunos años, llegué a escuchar su voz en la mía y a ver su cara cuando me atrevía a verme en el espejo. Llegué a odiarme porque era incapaz de odiarla a ella. Odié su reflejo, en el que yo me había convertido.

Me alejé de ti porque nos veía a ambas en tu cara. Me sentía tan culpable y la única forma que encontré de protegernos fue alejándome, de ti, de ella, de mi.

Estaba a tu lado, pero nunca contigo. No sabía cómo.

Lo siento tanto mi pequeña. Mañana te haré una sopa. ¡No! ¡La haremos juntas! Y te mostraré la magia de nuestro don, de nuestra sensibilidad. ¡Quedará riquísima! y me sentaré a comerla contigo y platicaremos de todo un poco. Aprovecharé un silencio que aparecerá entre nuestras risas para contarte una historia. La historia de una niña pequeña como tú, que también sentía demasiado y que lloraba sola en su cuarto por las noches. Ahora sé que a ella le tocó llorar sola para que tú no tuvieras que hacerlo, para que siempre que necesites te abrace con una rica sopa, pero también con sus brazos y corazón.

Pero eso será mañana, ahora sigue siendo de noche y aunque quiero decirte “no pasa nada, no es para tanto, no llores más”, en lugar de eso digo: “llora hija, llora todo lo que necesites. Aquí estoy y aquí estaré siempre. Siéntelo todo, que de eso se trata la vida. Sé perfecto cómo te sientes. Tu posees un regalo que yo te di y que mi mamá me dio a mi. Es el regalo de percibir el mundo de una forma única y hermosa”.

Nuestras lágrimas se mezclan y ahora entiendo todo. Te abrazo más fuerte y al mismo tiempo me abrazo a mi y a ella. Mañana, la sopa será para tres.

* Luz Hernández es fotógrafa y fue alumna del Taller de Escritura Creativa de marzo. “Sopa para tres” fue seleccionada entre todas sus compañeras para ser publicada en este blog.

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