¿SOMOS CREATIVOS?

Lo confieso: que me dijeran “creativa” siempre me había generado un poco de incomodidad. Me parecía que el adjetivo me quedaba grande (inmenso) porque en mi cabeza estaba reservado para los artistas y la gente dedicada a algo relacionado con el diseño o la publicidad. Es cierto que muy dentro de mí soñaba con serlo, con formar parte de ese mundo imaginario de gente cool y despreocupada, tan concentrada en su arte que podrían pasársele los días sin necesidad de comer o tomar el sol.

Hoy, en el último estirón de mis treinta y volteando hacia atrás, me doy cuenta de que siempre me he dedicado a cuestiones creativas y aún así, todavía me sonrojo si se refieren a mí con este elegantísimo atributo. Creo que en gran parte es por mi naturaleza perfeccionista y pudorosa. “Yo soy buena para ejecutar, no tanto para generar ideas”. “Tengo capacidad para trabajar como una burra pero siempre siguiendo instrucciones”. “¿Creativa yo? Oh, estáte”.

Por mucho tiempo creí que para ser creativa tenía que hacer cosas cien por ciento originales y nunca vistas, hacerlas diario y además, hacerlas perfectas. Ajá, el típico caso de la vara alta. Cuando trabajé como reportera en el periódico El Norte leía muchísimo a otros colegas a quienes admiraba y a la hora de escribir intentaba imitar sus estructuras verbales para sentir que lo hacía bien también yo. Cuando empecé a coser bolsas me basaba en patrones que veía en libros o en internet y el toque personal era nada más mi combinación de telas. Hace un año y cachito que empecé con el rollo de la acuarela, tomé algunos talleres en línea con artistas e ilustradoras que admiro y obviamente mi trabajo aún está muy influenciado por el de ellas. Ahora que decidí activar mi canal de YouTube con un video a la semana porque me di cuenta de que también me gusta producir y editar, me he inspirado mucho en otras youtubers para crear mi propio contenido.

¿En dónde está la creatividad entonces? Pues ahí, nada más y nada menos que ahí, en el simple y sublime acto de crear. Porque empezamos emulando a nuestros ídolos pero, si somos constantes y honestos con nosotros mismos, tarde o temprano terminamos por encontrar nuestra propia voz. A los pocos meses de trabajar en el diario me llamó mi jefe para decirme que me subiría el sueldo por mi excelente trabajo y después de un tiempo de coser me atreví a crear mis propios diseños. El impulso creativo viene de la necesidad apabullante de comunicarnos de alguna manera con el mundo y mi forma de hacerlo siempre será única, por más influencias que tenga en el camino. Entender esto y que realmente no hay nada nuevo bajo el sol, más que “remakes” (buenos o malos) de lo que ya se ha dicho y hecho en el pasado, nos permite liberarnos de esa piedra en el zapato que es la autocensura para poder portar con orgullo el saco de creativos.

En su libro “Roba como un artista”, Austin Kleon dice que todo buen artista entiende que nada llega de la nada, todo trabajo creativo se construye a partir de algo del pasado y por ende, no existe nada completamente original. “Si soltamos la carga de ser originales, podemos dejar de intentar crear de la nada y abrazar la influencia en lugar de correr lejos de ella”. La belleza de la creación consiste en que, a pesar de que ya todo está dicho, siempre habrá seres creativos que vengan a decirnos lo mismo de otra manera. Y siempre habrá alguien que no pudo leer el mensaje de la voz de otros y que está esperando la nuestra para poderlo hacer suyo. Precisamente por eso no debemos abandonar nuestro compromiso con la creatividad.

Somos creativos simplemente porque somos capaces de generar una idea en nuestro pensamiento y cristalizarla en el mundo real. Tenemos imaginación e inventiva para crear la solución a un problema, una nueva receta de cocina, una ruta hacia el trabajo más rápida, un método personal para educar a los hijos, un texto conmovedor, un plan financiero que se ajuste a una crisis… una forma de vivir. Y si nos ponemos espirituales, todos somos creativos porque venimos de una fuente creadora de la que hemos heredado tal virtud, la misma que nos permite escribir un poema, tomar una fotografía o defender una tesis doctoral.

Todo el tiempo estamos creando, en todo momento, y todos los oficios requieren en algún momento de este “súper-poder” del que el mundo entero se ve beneficiado al contribuir en su inspiración y desarrollo. ¿Le ha escrito usted una carta a una persona que ama? ¿Ha practicado una operación a corazón abierto? ¿Ha conseguido arrancar de nuevo su auto cuando se le quedó tirado a media calle? Entonces usted es una persona creativa y la próxima vez que se lo digan, sonríe y conteste “gracias”. Yo lo haré así también porque crear es, a final de cuentas, un derecho y un deber moral con el que hemos nacido todos.

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FOTO TOMADA DEL LIBRO "the crossroads of should and must" DE ELLE LUNA.