MI AMIGA LA PERFECCIÓN

Mi amiga la perfección es una de las piezas de mi estructura que solté después de cumplir los cuarenta. Mi amiga la más tenaz, la omnipresente y todopoderosa. Mi compañera en todos los instantes, siempre lista para el juicio de valor y la conmiseración cuando las cosas no salían como habíamos planeado. Nos conocimos en la infancia, cuando más necesitada estaba de alguien que me salvara de la soledad y el anonimato. 

La perfección me enseñó en aquellos tiernos años la vía para sobresalir y hacerme notar. En un hogar amorosísimo pero con el sostén frágil, mis hermanos y yo tuvimos que buscar artilugios para hacernos de un rincón y plantarnos en el mundo. Yo encontré los dieces en la escuela, el lugar en la escolta, los primeros lugares en los concursos de ortografía y el orden y limpieza extremos en mi casa, entre otros, para granjearme esos “Mira Marcela qué bien lo hace”, “Bravo Marcela”, “Qué buena niña” con los que me protegía de la profunda inseguridad de no ser apreciada ni pertenecer a ningún sitio. Aprendí que debía ser perfecta si quería sobrevivir. Se escucha el “clac” de una cerradura. 

Así me conduje por la vida, con mi ángel de la guarda la perfección mostrándome el camino e influyendo en mis decisiones para que juntas mantuviéramos la muralla que me cobijaba de los peligros del mundo exterior. “Clac”. Es cierto que mi amiga me ayudó a conseguir muchas satisfacciones: me gradué con mención honorífica, fui escogida para un trabajo de sueño en un periódico de renombre, emprendí un proyecto personal exitoso. Pero mi leal compañera me llevó también por senderos espinosos, sobre todo cuando sospechaba su abandono y me descubría imperfecta o los seres que amaba y la vida misma me desilusionaban porque no me devolvían la impecabilidad que yo esperaba. “Clac”. 

Me sobrepuse muchas veces de las amenazas de mi huidiza amiga con más autoexigencia y, en los casos de emergencia, con la victimización. Si las cosas no me salían bien el mundo era el culpable, ese mundo del que había que defenderse si una no quería quebrarse en mil pedazos. Recubre con más perfección la coraza, Marcela, que hay una niña temblando de miedo en el interior a la que hay que resguardar. “Clac”. Ser intachable me hacía sentir segura y en control de cada una de las situaciones intimidantes. ¿Con que no me puedes sostener querido Universo? No te apures, soy capaz de sostenerme a mí misma. “¡Clac!”. 

Un día me convertí en madre y encontré aún más pretextos para ser perfecta, porque ahora tenía la tarea de protegerme no solamente a mí, sino a este nuevo ser que dependía por completo de mi maestría. A quien, por su puesto, quise enseñarle la fórmula que yo había aprendido para sobrevivir. No contaba con que mi hija se convertiría en espejo y entonces pude verme de frente con mi mano aferrada a la de mi amiga de la infancia, desenfocada al principio pero con una nitidez apabullante después de que un día Emma me dejó muy claro que mi fórmula no le servía cuando me dijo: “Mamá, yo no soy perfecta como tú” (…) Se escucha el chirriar de la puerta de mi alma que empieza a abrirse lentamente. 

Es cierto mi niña, no lo eres, como tampoco lo soy yo, como tampoco lo es nadie y estoy tan cansada de suponer que sí. Ya no quiero pretender que la gente lo sea, que la vida lo sea, y mucho menos pedírtelo a ti. Ya no quiero esperarlo porque estoy exhausta de exigírmelo también a mí. No lo eres mi niña. Mi pequeña Emma. Mi Marcela. Estoy lista para quebrarme por fin en mil pedazos. Necesito con urgencia una grieta por la que la perfección pueda escapar, antes de que mi hija termine por apropiarse de mi historia. Adiós, querida amiga, gracias por venir y protegerme mientras lo creí necesario. Me rompo, me abro, me rindo. 

Después del duelo y la despedida me levanto y me reconstruyo. A veces mi compañera viene de visita y la recibo amorosa, después de todo fuimos inseparables por muchos años. Nos tomamos un café, le pregunto qué necesita, por qué ha vuelto. Le recuerdo que ahora confío más en la vida que en mí misma o incluso en ella. Nos abandonamos en un baile que me gustaría creer será el último, aunque muy en el fondo estoy segura de que nunca será así. Ella seguirá visitándome esperando que yo vuelva a ser la misma de antes y por el mismo resquicio que quedó después de aquella frase de Emma se volverá a ir. Y eso siempre estará bien, porque incluso a ella quiero dejar de pedirle que cumpla con mis expectativas. 

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