Las estaciones de mi vida

por Carolina Sánchez

Camila vivía un cálido y maravilloso verano, en sus días reinaba el sol, risas y amor. Ella gozaba de buena salud al igual que sus seres más amados, tenía el trabajo que adoraba y todo marchaba bien, lo que la hacía disfrutar de la vida. Los días pasaban y ella, con la piel húmeda por el característico calor del verano, veía pasar con tranquilidad y gratitud los días.

Un buen día empezó a notar algo que no estaba bien, empezaron a ocurrir sucesos con su papá que llamaron su atención y una naciente sensación de preocupación. Su papá tenía ciertos olvidos que pronto se convirtieron en omisiones importantes. Con ello y sin darse cuenta empezó a llegar el otoño en su corazón.

Era el mes de abril cuando empezaron la citas médicas para descubrir el origen de dichos olvidos y después de algunos estudios y un par de citas, Don Manuel fue convencido por su esposa y su hermano Carlo para buscar ayuda en urgencias de un hospital particular.

Camila trabajaba cuando recibió el mensaje de su mamá para notificarle que por fin su papá había aceptado recibir ayuda médica e iban camino al hospital. Ella sintió cierto alivio, pues por fin su papá iba a ser atendido, y preparó algunas cosas para poder salir directo al hospital.

Durante el camino percibió cómo se formaba una sensación de vacío, su boca se secaba y su corazón latía con fuerza, como si un presentimiento estuviera tocando la puerta de su alma.

Cuando Camila llegó al hospital acompañada de su pequeña hija Bella, ya atendían a su padre, así que no pudieron verlo. Salió por un momento la señora Julieta, su mamá, quien fue a su encuentro y le confesó que no le estaban gustando las caras de los médicos que veían los resultados de los estudios realizados anteriormente. Sin duda estaba a punto de cambiarles la vida.

Don Manuel, como era de esperarse, pasó la noche ahí porque llegó con un nivel alto de deshidratación. Estaba descompensado. Al día siguiente las noticias eran las siguientes: “Don Manuel presenta un tumor en el cerebro, es necesario someterlo a cirugía. Sin embargo, dado su estado general de salud, no es posible realizar la cirugía hasta que logremos estabilizarlo”. 

Pasaron varios días hasta que se llegó la fecha de la cirugía. Para ser exactos, un 9 de Mayo. Durante esos días Camila, además de hacer consciencia de aquel vacío en el estómago que era más grande, inició un proceso de desintegración interna.

Un día antes de la cirugía Camila y su familia se reunieron en la habitación e hicieron un círculo para orar y llenar de fuerza y amor a Don Manuel. Llegó el día, los minutos transcurrían lentos. Aunque no fueron muchas horas, la sensación era que cada minuto era una hora. 

Suena el teléfono de la habitación en donde se encontraban todos reunidos esperando noticias. Era la asistente del neurocirujano para avisar que la cirugía había terminado y que en unos minutos bajaba el doctor para darles información. 

Llega el doctor a la habitación y solicita a la señora Julieta, detrás de ella sale Camila con Julia y Carlo, sus hermanos. 

- Todo salió bien, su esposo está en recuperación y aún duerme por la anestesia, será necesario pasarlo a terapia intensiva para supervisarlo, podrán verlo hasta el día de mañana.

Camila sintió cómo la temperatura de su cuerpo bajó, la piel se le erizó y un hormigueo la recorrió de abajo hacia arriba.

- El tumor fue extirpado con éxito, se ubicaba detrás del ojo derecho; será mandado a analizar pero la probabilidad de que sea maligno es muy alta por la apariencia y el tamaño - explicó el doctor. 

- Doctor, ¿es cáncer? - preguntó la señora Julieta. 

- Sí - respondió el médico mostrando empatía y apenado por haber tenido que dar semejante noticia. - Es un tumor maligno que muy probablemente tiene su origen en algún otro órgano. Los tumores que se detectan en el cerebro son secundarios; es decir, provienen de un tumor mayor. 

Al escuchar esto Camila ensordeció, su cuerpo parecía haber perdido las fuerzas, su corazón volvió a latir fuertemente y su agitada respiración le dió el impulso de correr a un lugar más privado, pero sólo logró llegar al sanitario de mujeres. El aire que jalaba no era suficiente, su mente daba mil vueltas, comenzó a toser y entonces, por fin, explotó en llanto. Minutos después entró Julia, su hermana, se miraron y eso les bastó para abrazarse, primero el alma y después el cuerpo; unieron el dolor, el llanto y la pena.

Cuando Camila estaba más tranquila cerró los ojos, se puso en cuclillas y tuvo la sensación de estar parada frente al mar viendo cómo una ola gigantesca venía a revolcarla, se sentía tan pequeña, tan frágil… ¡tan vulnerable! Se talló los ojos, tomó una respiración lenta y profunda, secó sus lágrimas y salió del baño, era hora de irse a casa, pues ya sabía que sería imposible ver a su papá. 

Camino a casa, y acompañada por su prometido, su hija y hermanos, iba en la camioneta de Don Manuel. Para Camila era inevitable soltar lágrimas, seguía teniendo esa sensación de pequeñez, el mundo parecía hacerla sentir fuera de lugar. Fue en ese momento que, como en el otoño, ella sentía que partes importantes de ella se iban cayendo así como las hojas se caen de los árboles en esta estación.

Trascurrieron los días, Don Manuel pasó a terapia intermedia y después a su habitación, hasta que fue dado de alta después de 10 días posteriores a la cirugía. Él tenía una fuerza de voluntad impresionante, parecía inquebrantable, se recuperó muy rápido de la cirugía, fue ganando un poco más de peso y aquellos olvidos habían quedado atrás.

La batalla apenas empezaba. Don Manuel ignoraba el diagnóstico, hasta que se reunieron en casa a darle la noticia, ya que se necesitaba saber cómo quería manejar el tratamiento de esta enfermedad. Su respuesta dejó atónita a Camila: su papá rechazó el tratamiento sugerido por los médicos y fue su deseo tratarse con medicina alternativa. 

Llegado el mes de julio, dos meses después de la cirugía, descubrió un par de tumores más, estaban visibles; entonces supo que el tratamiento que eligió no estaba funcionando, por lo que decidió iniciar el tratamiento médico sugerido… las radiaciones. La vida de Don Manuel se iba apagando y Camila se resistía y se negaba a aceptarlo.

El falso invierno que Camila sintió llegar tras el diagnóstico de la enfermedad de su papá se convirtió en un verdadero invierno el 28 de agosto. Eran aproximadamente las 9:30 am cuando pierde el conocimiento, se llama a los servicios de ambulancia y al llegar lo declaran sin vida. Camila sintió que algo dentro de ella también moría. Su corazón se rompió, estaba helado y en silencio, su cuerpo temblaba incontrolable y al mismo tiempo, contrariamente, sentía un calor insoportable, tenía unas ganas inmensas de romper todo lo que le rodeaba, pero sólo pudo tirarse al regazo de su madre, quien lloraba desconsolada. 

De pronto la casa se llenó de familiares. Una vez transcurrido todo el servicio fúnebre y después de haberse despedido de su padre, Camila se entregó a vivir uno de sus más grandes temores desde niña… la muerte de alguien amado. La muerte, una gran maestra, la antagonista de la vida, sin ella no podríamos valorarla y todo lo que habita en ella. 

Camila está en proceso de encontrarse, de sanarse y de aceptar que la vida sigue, que la vida vuelve a tomar sentido, que la muerte destapa los ojos del alma y del cuerpo para reencontrarse con lo valioso, lo significativo.

Camila aprendió que puede cerrar los ojos y centrarse en el latido de su corazón para sentir que papá sigue vivo, pero que ahora vive dentro de ella. Lo que murió dentro de ella ese día dejó espacio para lo nuevo que necesitaba aprender para continuar viviendo. 

Camila reconoce que el tamaño y la intensidad de su sufrimiento valió la pena porque eso fue la evidencia más bonita de que amó tremendamente a su papá, y gracias a ello llegó una nueva y diferente primavera…

Carolina Sánchez fue alumna del taller de escritura autobiográfica “Cuéntatelo otra vez” y su historia fue seleccionada por sus compañeras para ser publicada en mi blog.