LA LEVEDAD DE LA PLUMA

Es la primera vez que me siento a escribir desde nuestra mudanza a Ensenada y en mi alma sigue vigente el mismo tema con el que empecé este proceso: el fluir con la vida, el aprender a bailar con el viento, el dejar de resistirme y abandonarme a lo que es. Quizá no pueda decir aún que mi metamorfosis de roca a pluma esté completa porque el crecimiento no termina mientras sigamos en este plano, pero sí me siento más ligera de equipaje, más conectada con mi esencia y mucho más en paz. Este cambio de ciudad ha sido el examen que la vida me presentó para pasar de nivel en la universidad del desapego a los resultados.  

Tengo cuatro décadas de historia en esta Tierra y un sinfín de resistencias que se han convertido con el paso del tiempo en temores enquistados en el rincón más oscuro de mi ser. Pero tengo también un espíritu curioso y sediento de respuestas que he ido recolectando en los últimos años como los dulces de la niña convertida en hada que toca decenas de puertas en una noche de brujas. Sí, he encontrado algunas convincentes y otras contradictorias, unas que se ajustan a lo que quiero escuchar y otras que me sacuden las ideas añejas, pero todas tienen en común que vienen de fuera. 

Por mucho tiempo desconfié de mis propias respuestas y por eso busqué en libros, charlas, consejos, maestros y seres queridos eso que la quietud me hubiera susurrado desde el principio; claro, de haberme aquietado. Escucharme ha sido de los regalos más preciados que me he proporcionado y ahora quiero dedicarme a serle fiel a mi voz. Voltear la mirada al interior ha sido la mejor vía para el autoconocimiento y el conocerme y aceptarme como soy me ha pavimentado la ruta hacia la calma.   

El viaje a uno mismo se inicia de puntitas y con candil en mano para llevar luz a todo aquello que no hemos querido ver. El miedo puede ser mayúsculo porque los demonios más temibles son los propios y no queremos despertarlos por ningún motivo. Lo que a veces olvidamos es que el sueño los alimenta y los hace más grandes. Despertarlos y entablar un diálogo con ellos, con la espada en el suelo y la bandera blanca izada, es la única manera de liberarlos. Quizá no desaparezcan y vuelvan de vez en cuando, pero si los hemos visto de frente sabremos reconocerlos al tocar la puerta y entonces no volveremos a temer. 

Dejar de pelearme con lo que soy me ayuda a dejar de pelearme con lo que es el otro y con lo que es la vida. Sonreírme como a una niña pequeña cuando no me gustan mis reacciones me ayuda a sonreírle al otro como a un niño pequeño cuando no me gustan las suyas. Perdonarme me ayuda a perdonar. Amarme me ayuda a amar. Verme sin juicio me ayuda a ver al mundo sin juicio también. Porque justo aquí, dentro, es donde se gesta la paz que tanto he buscado y el entendimiento de que nada es para siempre y por tanto es absurdo querer tener la razón o el control. Los cambios en mi vida han sido mis maestros de impermanencia y tal vez sea ese el motivo por el que me he vuelto fan de ellos: porque soy la alumna nerda que se sienta hasta enfrente en las clases de transitoriedad.

¿Y cómo viajo al interior? Mi pasaje favorito es el silencio, porque es cuando puedo escuchar las voces de mi mente y descubrir aquellos pensamientos que me perturban y me pesan. Puedo viajar cuando medito cinco minutos en la mañana, cuando apago la música en el carro, cuando lavo los trastes a conciencia, cuando observo con detenimiento mi ira, mi envidia, mi miedo o mi tristeza, cuando escribo a mano y sin censura todo lo que sale de mi cabeza, cuando me acerco a la naturaleza, cuando consigo salir de mi zona de confort, cuando creo algo con mis manos, cuando me atrevo a decir no y también cuando me atrevo a decir sí. 

Contemplar(me) con curiosidad y humildad es la clave para ir soltando amarras e iniciar la travesía. Un espíritu ligero vive en una mente libre de juicios y culpas que entorpecen el vuelo. Para bailar con el viento he de imitar la levedad de la pluma.      

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