LA CASA ES UN CAOS

Los platos parecen tener vida propia y salir de fiesta al fregadero cada cinco minutos, el polvo se acumula en las persianas y en las esquinas olvidadas de las recámaras, el piso ruega la caricia de la escoba y a mi hijo se le han acabado las pijamas limpias. Cocino un día para comer tres y muy probablemente el cuarto prepare quesadillas o traiga un pollo rostizado de la calle. El pasto del jardín está más pardo que nunca y los muros están de brazos cruzados porque aún están esperando los cuadros que tengo en cajas para vestirse de colores. La casa es un caos. 

Quiero sentarme a leer pero hay que lavar el baño o sueño con terminar la colchita que empecé cuando nació Matías pero la secadora me avisa que es momento de echar la siguiente carga. La vida transcurriendo, los deseos de avanzar a prisa en las obligaciones o en las pasiones, la tetera silbando para preparar el café mañanero y los planes del día derritiéndose ante nosotros porque la casa está celosa del tiempo que le hemos robado y ahora nos pide a gritos devolverle con el cariño del sacudidor.  

De lunes a viernes soy ama de casa nada más para cocinar, lavar trastes, regar el jardín y dar una barrida rápida al piso. Los sábados y domingos lavo la ropa y me entrego sin distracciones a la limpieza profunda durante las tres horas más zen de mi semana porque en el ánimo de no caer en improperios y en las garras del desagrado me dedico a agradecer que tengo una casa que limpiar, un par de brazos para barrer y una familia que está sana y ensucia ropa porque sale a la calle todos los días. David tiende la cama, lava la estufa y los trastes nocturnos, Emma mantiene en orden su recámara, alimenta al perro y recoge sus gracias y Matías pone la mesa y tira las basuras del baño.  

Lo demás, lo propio de la vida cotidiana, el polvo de hace tres días, la avena que se cayó al piso en la mañana, la telaraña nueva que la inquilina de la cocina tejió después de haberla despojado de la anterior, las mochilas de los hijos olvidadas en el sillón, el lavamanos color rojo que mi hijo pequeño convirtió en blanco al untarlo de jabón cada vez que se lava las manos, las manchas en la pared de la que se sostienen para bajar la escalera o la ropa sin planchar me lo guardo para cuando haya oportunidad. Entre cada uno de éstos y varios detalles más y yo hay un acuerdo de paz, basado en el entendido de que hay un momento para todo. Y así como la casa tiene su momento, también quiero tenerlo yo para sentarme a leer un libro o para tejer esa colchita rescatada del olvido al que me arrastra a veces la urgencia del día a día. 

La casa no está resuelta ni está perfecta, así como nuestras vidas tampoco lo están porque ambas, la casa y nuestras vidas, aún están vivas y sucediendo momento a momento. Así que un poco de caos no va a dañar a nadie, ni a la casa ni a mí misma, porque en el caos se gestan también oportunidades de aprender, de conocernos y de crecer. Aceptar mi propio caos y soltar la búsqueda de la perfección es lo que me ha llevado a la calma.

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