HAY DE PASOS A PASOS

Hay pasos que se sienten muy seguros, inequívocos, casi casi automáticos, como levantarse de la cama cada mañana, encender el carro para ir al trabajo o tomar la siguiente bocanada de aire. Pero hay otros ante los que es preciso frenar primero y hacerse una lista de preguntas, meditar, sopesar, consultar a la razón, al instinto, al mentor, al oráculo, a los libros, a los amigos, al universo y a quien se tenga a la mano para contar con cierta certidumbre al pisar. Aunque, si nos ponemos honestos, este tipo de pasos podrán tenerlo todo menos certeza. Son monedas al aire, boletos de lotería, coqueteos con el destino.  

Dar el paso para empezar una relación, mudarse a otro país o emprender un negocio es prácticamente un acto de fe porque no sabes con certeza si el resultado será el que imaginas o algo completamente distinto. Me atrevo a decir que más que pasos, son saltos al vacío en los que se pone a prueba la esperanza para confiar en que habrá una red esperándonos al caer. Al menos así me siento ahora que he decidido cambiar de carrera a los 42 años. 

Sí tengo miedo. Siempre que hay un viaje fuera de la zona de confort, nuestro amigo el miedo es el primero en la lista de tripulantes. La diferencia es que en estos saltos, el impulso es mucho más fuerte. Podré tener muchas inseguridades con respecto a este cambio de rumbo, pero al menos el deseo profundo de dedicar mi vida a la escritura hace que el típico temor a no haber tomado la decisión correcta se diluya de forma casi instantánea. Miedo siempre habrá, pero si se tiene disposición a escuchar, la voz de la intuición (que realmente sabe lo que queremos) será más fuerte. 

Entre los obstáculos para poner atención a esa voz están otras amigas bien fieles también: las creencias. En el proceso de dar el paso definitivo para decirle adiós a My Pumpkin se me atravesaron pensamientos como “¿Qué te pasa? Una empresa en la que has invertido tanto no se suelta así como así” (creencia), “Dejar un ingreso seguro es una decisión poco inteligente” (creencia), “Ya estás muy grande como para empezar algo nuevo” (creencia), “Es bien feo dejar en el tintero tantos planes que tenía para llevar a My Pumpkin al siguiente nivel” (creencia), “Cuando uno encuentra su pasión hay que comprometerse con ella hasta el final” (creencia). Y entre más enraizadas y sólidas nuestras suposiciones, más débil se sentirá el llamado de nuestro impulso.   

Si de algo puedo sentirme satisfecha, es que a mi edad he aprendido a suavizarme las creencias. Romperlas en trocitos y dejarlas reposar en agua hasta recuperar la flexibilidad que necesito para construirme otras que me sirvan más. Verlas así, como la arcilla que puedo moldear a mi antojo y que no sea yo la que termine modificada por ellas. My Pumpkin ha sido algo maravilloso que agradezco en el alma y no pasa nada si lo dejo ir. La vida está llena de ciclos y el mío frente a la máquina de coser y las telas coloridas ha llegado a su fin. La edad no tiene nada que ver con permitirnos hacer lo que amamos y los seres humanos somos tan complejos que es normal tener más de una pasión a lo largo de nuestro paso por este mundo. Tengo algunas ideas sobre cómo vivir de la escritura, que seguramente se me irán acomodando en el camino, porque tengo toda la capacidad de hacerlo. 

Y mi favorita: Para avanzar a la siguiente página, es indispensable soltar la anterior. Sí tengo miedo… y voy a hacerlo de cualquier manera. 

¿Qué es eso que te está estorbando a ti para dar el siguiente paso? ¿Es una idea? ¿Qué pasaría si la cambiaras por una distinta? 

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