OTRO TIPO DE NOSTALGIA

¿Cuánto tiempo tarda el espíritu a acostumbrarse a una nueva realidad? O quizá lo correcto sea decir ¿cuánto tarda el ego?, porque el espíritu está siempre en el mismo sitio, en uno que siempre es perfecto. Pero el ego está aquí y por lo tanto no está allá, es separatista, no ve más que división y dualidad. Si está triste entonces no está dichoso, si extraña entonces quiere decir que no está con los que ama o en aquel lugar que anhela, sólo porque no ve con los ojos del cuerpo lo que y a quienes quisiera ver. 

Tenemos nueve meses de habernos mudado por tercera vez en nuestras vidas y apenas ahora puedo decir que empiezo a sentirme como pez en el agua. Me descubro sonriendo en los semáforos en rojo, los mismos en donde hace unos meses sentía el pecho oprimido por la melancolía. Los rincones de la ciudad me parecen paradisíacos y llenos de vida cuando antes me asaltaba el desgano a la hora de valorarlos. Comienzo a creer que estamos construyendo un hogar donde antes sólo había muros. Se van sumando las lágrimas, las carcajadas, las charlas y los aromas de las cazuelas para ir tejiendo las memorias que harán de la casa donde vivimos nuestro santuario.

Me ha vuelto el deseo de escribir. Y la escritura siempre ha sido mi brújula cuando quiero navegar en las aguas recias y desatadas de mi conciencia. La hoja en blanco es mi barca para no naufragar. En la tormenta emocional que supuso el cambio de ciudad y de rutina, sumado a las dudas existenciales y a la frustración de nuestra hija en el proceso de aprender a soltar, no me atreví a narrar nada publicable y sólo escribía con pluma en el cuaderno donde suelo vaciarme de las penas y las preguntas que a veces me pesan tanto como para poder andar con ligereza. Pero tengo días que empiezo a sentir los primeros rayos del alba que siempre vienen después de la oscuridad más profunda. 

He pensado mucho en que al final, aquella frase popular de que a todo se acostumbra uno no solamente es cierta, sino que además habla de nuestra capacidad de resiliencia y del recordatorio de que la felicidad es justamente lo que está ocurriendo en este momento si desempañamos nuestros anteojos de resistencias. Eso de “acostumbrarnos” siempre me sonó a resignación pero ahora me gusta pensar que mientras vaya siendo capaz de soltar mi necesidad de tener la razón y de juzgar mis experiencias de acuerdo a lo que yo creo que es correcto, entonces me daré la oportunidad de aceptar (e incluso amar) mi realidad tal y como es y no sólo de “aguantarla” o “tolerarla”. 

La mudanza a Ensenada me sacudió las tripas como cualquier cambio profundo, aunque no tanto como las dos pasadas. Será la experiencia, la edad… o ambas. Pero a casi un año de haber llegado aquí empiezo poco a poco a volver a mi centro, a mi casa natal, a ese sitio de donde mi espíritu jamás se enteró que salimos. Las aguas al final se amansan, siempre terminan por aquietarse. Y lo que más me gusta es que después de la ventisca una sale siempre conociéndose más. De toda la vida ha sabido que soy un alma nostálgica, pero ahora reconozco que no es de esa nostalgia que llora por lo que perdió, sino que es inmensamente feliz por lo que sucedió.  

En el ánimo de coleccionar excusas para ser feliz, quiero dedicarme a atesorar momentos para luego dejarlos ir y que abonen a este tipo de nostalgia. Este instante sentada en el café HogazaHogaza en la calle Primera en Ensenada a unos cuantos metros del mar y Fly me to the moon de Frank Sinatra de fondo, sentada en una silla de metal color negro y escribiendo estas palabras en mi vieja MacBook sobre una mesa gastada de madera con media mariposa impresa en la esquina y una tisana de frutos rojos que ya se enfrió por el aire que se cuela por la puerta, con el olor del pan recién horneado y el chai para el cliente que acaba de llegar, con las palomas que entran y salen esperando la migaja que en un descuido se cae al piso de diminutos hexágonos blancos y negros y la imagen a través de la ventana de los los chiquillos chorreados de helado a pesar de la baja temperatura en esta tarde de mayo. Es el mismo instante que en algún semáforo en rojo del futuro, quizá a mis 53 años de edad, me haga sonreír y hasta llorar de nostalgia otra vez.


Las fotos de David Josué que comparto en este post son de otro momento que también se queda en mi memoria para siempre en la Finca Altozano, ubicada en el Valle de Guadalupe, de mis lugares favoritos en Ensenada.

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