Lo que (nos) decimos a los hijos

“Tú puedes (Marcela) Matías”. “Mira todo lo que has logrado hasta ahora (Marcela) Matías”. “Ya sé que tienes miedo (Marcela) Matías, pero tienes todo el poder de convertirlo en fuerza para avanzar”. “Confía en ese poder (Marcela) Matías”. “Vente (Marcela) Matías, vamos a dar otro paso”. ¿Qué tanto de lo que le decimos a nuestros hijos nos decimos a nosotros mismos?

Estamos a unos días de terminar el segundo periodo de la terapia de Matías y la meta es que se ponga de pie y camine sin ningún apoyo. No sé cuántos periodos más le falten pero éste en particular se me ha hecho muy pesado porque ir a Tijuana de lunes a viernes sólo para tomarlo de las manitas y que camine durante 50 minutos me estaba pareciendo inútil (el viaje, no la actividad en sí) cuando eso lo puedo hacer perfectamente en mi casa.

Así que hoy, justo cuando iba decidida a proponerle a la terapeuta continuar con esos ejercicios aquí en Tecate, ella me mostró una manera de llevar a Matías de una sola mano pero acomodada de tal forma que para él representaba un reto mayor conservar el equilibrio. Así lo hicimos y lloró muchísimo al principio porque me pedía la otra mano para caminar feliz de la vida como siempre y me vi retada yo también a presentarle la experiencia lo más divertida posible para que se animara a continuar. ¿Fue algo agradable que mi hijo pataleara frente a todos los demás? No, porque con ese mínimo cambio a nuestra rutina por parte de la especialista, yo también fui desterrada de mi zona de confort.

Y como siempre que hay una molesta piedrita en el zapato, ésta fue una buena oportunidad para ver qué ocurre en la profundidad. ¿De qué otra manera hemos de ponerle atención a los recados del alma si la pobre no habla nuestro idioma? Me gusta creer que la película que proyectamos ante nuestros ojos es muchas veces (¿o siempre?) su vía de comunicación. Escuchemos pues. Saqué a Matías al jardín donde hay una pista de marcha a la que le encanta ir para que se tranquilizara y respirara el aire fresco. Poco a poco cesó su llanto y retomó la caminata con ayuda de mis dos manos y ya que estaba más sereno fui soltando poco a poco una de ellas invitándolo a tomar piedras del piso, aventarlas y andar hacia ellas caminando ya con una sola mano como apoyo casi casi sin que se diera cuenta de la “trampa”.

Mientras caminábamos le repetía las frases que escribí arriba y pensé que era precisamente eso para lo que tengo que seguir viajando a Tijuana, porque se me hace muy fácil olvidar que mientras haya comodidad hay poco crecimiento y éste es para mí un tiempo para avanzar. Tengo meses sintiéndome estancada y paralizada en algunas áreas de mi vida, sin la fuerza necesaria para crecer. ¿Cuál es entonces el alivio para el estancamiento? Activar, fluir, impulsar… caminar. Salir de la comodidad crea resistencia al principio, pero es la única manera de evolucionar. Si necesito apoyo lo busco y cuando esté lista lo haré por mí misma, aunque debo tener cuidado en que la vida no se me vaya en espera de ese momento ideal.

Mi espíritu está sediento de equilibrio, independencia y pasos firmes… y este pedazo de carne me lo vino a decir.