DE VUELTA A LOS PARQUES

Hace unos meses, cuando Matías estaba recién nacido y quise llevarlos al parque, Emma me dijo que a ella ya no le gustaba ir. Así como las personas que estuvieron a punto de enfrentarse con la muerte relatan que su vida completa pasa por sus ojos como una película de unos cuantos segundos, así pasaron ante mí todas las tardes de parque que pasamos sobre todo en Monterrey, en los primeros años de infancia con mi primogénita. De acuerdo, no podemos comparar porque el anuncio de Emma no fue una cuestión de vida o muerte, pero que al menos sirva para que el lector se dé una idea de la importancia que tenían esos momentos en nuestras vidas.

Correr en el pasto, caminar bajo el cobijo de los árboles, disfrutar algún picnic improvisado, recoger piedras o simplemente balancearnos en los columpios de un parque fueron actividades que ocuparon gran parte de nuestros ratos libres desde que Emma nació hasta hace poco, cuando me lanzó este aviso que me eché a la bolsa entre otros que me han conducido poco a poco a la idea de que está creciendo y que sus intereses ya no serán los mismos. Yo me quedaré siempre con el recuerdo de estas tardes en el alma de una madre que de pequeña no tuvo tan a la mano estas oportunidades por diversas circunstancias, pero que con su hija se volvió pequeña por unas horas sobre un resbaladero o un subibaja.

Hoy fue un día ajetreado, de esos en los que quieres estirar las horas para que te quepan dentro todos los pendientes, así que cuando llegó la tarde y Emma me pidió ir a un local de juegos que hay aquí en Tecate lo pensé muchísimo para decirle que sí. Al fin me convenció y fuimos, pero había piñata y estaba a reventar de gente, así que le dije que mejor fuéramos a otra parte. “Vamos al parque”. “Ay no mamá, mejor vamos al Peter (Piper Pizza)”. “Ándale, vamos por un raspado (carnada) y nos lo comemos en el parque”. “Ok”.

Eso hicimos y al llegar al Parque Los Encinos, que hacía mucho tiempo no visitábamos, Emma tomó a Matías de la mano y lo llevó a los juegos. La vi disfrutar mucho guiándolo y a él sorprendiéndose con esa magia que ven los niños en todas sus primeras experiencias. Él va empezando apenas su historia entre columpios y pasamanos, y antes de que Emma ya no quiera acompañarnos por irse con sus amigos al cine, disfruté yo también. La vi a ella grande y a él tan pequeño, que comprendí que a mí aún me faltan muchas tardes como ésta. Agradecí por todo lo vivido hasta ahora, por este par de hijos maravillosos, una maestra y el otro aprendiz, porque ambos me han llevado al mundo donde las tardes más sencillas, con parques y raspados, son las que terminan por saborearse más.

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