CARTA A S.

Una lectora me preguntó hace días qué me untaba o a qué santo le bailaba para salir siempre victoriosa en la búsqueda de equilibrar mis actividades como mamá, esposa, empresaria, blogger y escritora y mantenerme libre, radiante y creativa (sic). Después de una risa y la aclaración de que lo de la untada y la bailada eran broma, me dijo que lo cierto es que sí tenía la inquietud de preguntarme cómo logro mantenerme fiel a mí, a mis pasiones y motivación. “¿Qué te lleva a tanta inspiración?”, fue la duda con la que cerró. ¿Y lo de radiante será también broma?, me dije mientras reía por dentro, porque cuando me veo en el espejo a veces me cuesta darme cuenta de ese resplandor.

Pero bueno, poniéndonos ya serios la verdad es que agradecí muchísimo el correo de S. y comprendí perfecto el punto desde el cual me escribió, con un montón de dudas sobre cómo atreverse a dar pasos importantes en su vida como vivir con su pareja o tener hijos si se la vive sumida en el trabajo todo el tiempo. La comprendí porque yo también he estado ahí y me atrevo a decir que muchos de nosotros, los pasajeros del siglo XXI y de esta vorágine de tareas y responsabilidades y sobre todo de esta carrera descarnada por hacer y hacer y hacer para conseguir y lograr y cumplir y creer que con ello hemos de ganarnos un lugar en este mundo.

¿Que si qué me lleva a buscar constantemente inspiración? Que en gran parte de mi historia he sido una persona que naturalmente jala para el otro lado. La amalgama de mi temperamento ultrasensible con algunas experiencias fuertes que tuve de pequeña en mi entorno familiar, entre ellas la prolongada enfermedad y muerte de mi madre en mi pubertad, me llevaron a forjar una personalidad taciturna y orientada a la melancolía. En el corazón de mi adolescencia entendí que necesitaba ayuda y me valí de terapeutas e incluso antidepresivos para sentir que sacaba un poco la cabeza del agua. Soy una persona fuerte y decidida y a edad muy temprana me propuse la titánica tarea de embarcarme en los mares del autoconocimiento, pues me creí la idea de que esa era la única vía para sentirme como yo quería.

Visité a unas tres o cuatro terapeutas más en el camino cuando creía que ya no podía sola con mis episodios de tristeza y desmotivación, estudié un diplomado sobre el origen psicológico de las enfermedades con muchísimos tintes de inteligencia emocional, leí varios libros de desarrollo humano y sobre todo (un millón de gracias mi amor) sostuve cientos de charlas con David, el ángel que ha estado siempre ahí para escucharme y aconsejarme desde el amor. Me encontré frente a frente con los demonios de mi sombra y, después de pataletas y noches de llanto y desesperanza, conseguí decirles adiós a algunos de ellos, a amistarme con otros y decir a los últimos que me esperaran un ratito más.

Si cuento todo esto no es de ninguna manera para decir que es preciso pasar por lo que yo pasé para vivir una vida inspirada. Lo cuento porque así es como a mí me fue en la feria y ahora que lo veo a la distancia entiendo que mi deseo, que raya casi casi en empecinamiento, de buscar la inspiración en todas partes viene de la experiencia de haber estado en la oscuridad y haber probado a qué sabe la luz. Aún sigo teniendo días grises, no soy ninguna iluminada y no me interesa serlo, simplemente me gusta saber que es posible transitar de un estado caótico a uno de calma y ahora estoy segura de que no hubiera llegado hasta aquí de no haber sido por mi extrema sensibilidad, propensión a la nostalgia y aquellas experiencias de niña que juzgué como impactantes. Ahora lo agradezco todo, y ese es quizá mi mejor punto de partida.

Así que S., lo que me lleva a serle fiel a mis pasiones es la certeza de que esa es la única manera en que voy a sentirme en paz. En el oficio de malabarista he fracasado una y otra vez porque además tiendo al perfeccionismo y no me basta con hacer las cosas al aventón. Me cuesta mucho reconocer que soy una madre, una esposa y una ama de casa promedio y no perfecta, pero he aprendido que no hay de otra más que aceptarme así porque de lo contrario la culpa no me permitiría avanzar. En un profundo ejercicio de honestidad he enlistado las cosas que son importantes en mi vida y, sin ningún orden en particular, resultó algo así: madurez emocional, familia, amigos, creatividad, hogar, paz, crecimiento personal y salud. Así es que en mi día a día intento hacer algo para nutrir cada uno de estos puntos, y es así como creo que me mantengo fiel a mí misma y a lo que deseo.

Somos los diseñadores de nuestra propia vida y no hay nada en nuestra agenda que esté ahí porque alguien más lo haya escrito. Todo lo hemos escrito nosotros porque así lo hemos querido. Quizá no haga tanta falta encontrar ese “huequito” entre todas nuestras responsabilidades para tomar esas clases de pilates o vivir en pareja. Tal vez lo que nos convenga es reflexionar si realmente queremos cumplir con dichos requisitos autoimpuestos y si el lugar de donde viene ese deseo aún sigue siendo válido para la vida que ahora queremos vivir.

¿Y para descubrir cómo es esa vida que anhelamos? Pasemos tiempo a solas, intentemos algo y echémoslo a perder, hagamos listas de lo que nos gusta, imaginemos en dónde queremos estar en cinco años, pongamos atención en las películas, libros e imágenes que nos gusta consumir, tomemos en serio lo que soñamos mientras dormimos, perdamos el miedo a lo desconocido y a dejar atrás lo que hemos creído que se espera de nosotros. Y cuando al fin encontremos esos "para qué", no nos olvidemos de cultivarlos y regarlos todos los días. Entonces la inspiración vendrá sola.

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