Oasis

Cuando era chica y mi mamá tenía cáncer íbamos a un hospital en Playas de Tijuana para que recibiera su atención médica. Era un hospital color salmón (ahora se llama Oasis of Hope), muy lindo por dentro y por fuera, pero de lo que más me acuerdo era de la buena vibra que se respiraba en el lugar. Doctores, enfermeras y personal en general siempre muy amables, muy sonrientes, muy atentos… tanto que se te olvidaba a ratos que era un lugar donde el sufrimiento llegaba puntualmente a su cita todos los días con alguno de los pacientes internados. Mi mamá siempre fue fuerte y no se permitía mucho mostrar sus malestares ante nosotros, pero a veces los estragos del dolor le jugaban una mala pasada y se le escapaban de ese temple de acero para desnudar a una mujer tan débil como entera, tan asustada como valiente, tan niña como madre. A un par de cuadras de ahí, había un lugarcito a donde nos íbamos a desayunar después de su tratamiento. Ése era el verdadero oasis para mí, y ahora me gusta imaginar que también lo era para ella. Quienes me juegan a mí la mala pasada son los recuerdos, que a veces se me nublan y otras me llegan como flechazos intensos, así que no tengo muy presente cuántas veces estuve en ese restaurante de niña junto a mi familia… aunque la verdad no importa tanto si fue una vez o si fueron cien… mientras tenga en mi memoria la siguiente imagen: Cruzábamos una puerta de madera con cristal biselado y el aroma a café recién hecho nos recibía con alevosía y ventaja. A mí no me hacía falta el menú cuando llegábamos a la barra frente a la cocina: para mí los mismos hot cakes de harina integral de la última vez, acompañados de una nieve de yogurt de frutos rojos que me sabía al mismo cielo y que fue para mi un amor a primera vista que no he vuelto a encontrar en otro lugar. Mi mamá comía, platicaba y reía, como siempre reía en la casa, en la calle, en el supermercado, en el carro, en el centro comercial (ahí era donde reía más), en el hospital, pero en este caso frente a un plato de frutas o de verduras, porque este restaurante era naturista… entonces a mí se me olvidaba por un rato su enfermedad… y ahora me gusta imaginar que a ella también.

Mi mamá murió y yo ya no volví a ese sitio.

Hace un año que nos vinimos a vivir a Tecate, los tíos Martha y Fernando se fueron a vivir a Playas de Tijuana a un edificio nuevo de departamentos que, cuando fuimos a visitar por primera vez, resultó estar detrás de Oasis of Hope. Caprichos del tiempo y el espacio, de pronto me encontré en los noventa otra vez. Y como en los noventa, los hot cakes de harina integral y la nieve de yogurt me hablaron desde dos cuadras más allá, pero la verdad no me acordaba bien en dónde estaba el lugarcito aquel. En otra visita que hicimos con los tíos a la playa, nos metimos a una calle angosta a un lado de la plaza de toros y sólo porque la vida no se cansa de acariciarme la mejilla, yo iba viendo por la ventana y ahí estaba El Yogurt Place. Bueno, me dije, ya lo encontré, ahora sólo me falta volver.

Volví ayer de la mano de David, uno de mis amores más grandes, porque al parecer aquí siempre tienes que ir acompañado de uno. Volví a cruzar la puerta de madera con cristal biselado y como el lugar estaba lleno, la mesera nos ofreció la misma barra de hacía dos décadas. Nosotros preferimos esperar a que nos dieran una mesa con la vista irreal que tiene el lugar hacia los árboles y la playa. Mientras esperábamos, me asomaba una y otra vez a la cocina y a la barra como suplicándole a mi memoria que esta vez afianzara bien cada silla, cada taza, cada comanda, cada rayo de luz proveniente de la ventana del patio de la entrada, donde en el centro hay una fuente, decenas de plantas y un par de bancas para compartir con el amor que te acompaña un momento de calma.

La mesa llegó y David me preguntó si iba a ordenar mis hot cakes con mi nieve de yogurt, pero a mí se me antojaba más algo salado, así que pedí un omelette de espárragos, hongos y espinacas. Siempre es bueno dejar un pretexto para volver ¿o no?

Al salir a tomar las fotos de esta bolsita, el dueño del restaurante nos preguntó si era nuestra primera vez en El Yogurt Place. Yo le dije que era mi primera vez después de unos 25 años, que yo era de Mexicali pero que ahora vivíamos en Tecate. Entonces nos dijo: "Les aseguro que van a terminar viviendo en Playas. Aquí viene muchísima gente, he visto a miles y miles de personas y hay veces que no me acuerdo de todos. Por ejemplo, de esta niña no me acordaba". Evidentemente, le agradecí lo de "niña" (no todos los días le dicen a una así), por cuestiones de vanidad si gustan pero también porque así fue como me sentí cuando entré a este remanso en medio del desierto. Me acordé de ti mamá… de tu enfermedad y tu cariño, de tu dolor y tu entusiasmo, de tu impotencia y tu risa. Y entonces el temor de mi infancia menguó otro poco, cuando después de todo lo que tenía que andar en estos 25 años el mismo punto en el espacio me volvió a invitar a su seno, esta vez para regalarme la certeza de que siempre, siempre, todo está bien.

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